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martes, 10 de febrero de 2015

De las autopsias realizadas por William Harvey y John Hunter, que violaron la ley de dios y desvelaron la belleza oculta en el interior de las vísceras





William Harvey. Descubridor de los mecanismos que hacen circular la sangre por el interior del cuerpo, Harvey sabía que todos los secretos acaban por ser desvelados. También sabía que la belleza a veces adopta formas extrañas, que frecuentemente adquiere la forma de las vísceras y de los mapas, de los cuerpos que habitan el fondo de los estanques y de aquellos que recorren los caminos incansablemente hasta llegar a ciudades de lenguas y costumbres extrañas. Harvey había diseccionado cientos de animales hasta conseguir establecer la teoría de que el corazón era el órgano encargado de impulsar la sangre por el interior de venas y arterias, pero su teoría no estaba completa. Sabía que en el cuerpo humano el proceso era el mismo, pero necesitaba demostrarlo. En la Inglaterra del siglo XVII, las autopsias estaban prohibidas. Alteraban el orden de las cosas, la ley natural que establecía que las vísceras deben permanecer en el interior de los cuerpos, que no deben ser desveladas a los ojos de los hombres. Pero la práctica de la medicina requería cadáveres, y los estudiantes y médicos los robaban de los cementerios cuando caía la noche. Todos excepto Harvey, que detestaba excavar en la tierra, arrastrar cuerpos en medio de las sombras, manipular cadáveres desconocidos. Cuando por fin consiguió demostrar su teoría lo hizo con unos cuerpos que no necesitó robar de un cementerio: llevó a cabo con sus propias manos la autopsia de su padre y de su hermana. La belleza a veces adopta formas extrañas.


John Hunter. Ardiente defensor de la experimentación en la práctica de la medicina, Hunter había realizado decenas de autopsias. Todas ellas a cadáveres robados, cuerpos que diseccionaba en la oscuridad de su sótano, en mitad de la madrugada. Había pasado un siglo desde que Harvey estableciese su teoría de la circulación de la sangre, pero las autopsias seguían estando prohibidas. Dios seguía siendo egoísta, seguía guardando para él la belleza de la descomposición de los cuerpos. Hunter buscaba cadáveres con afecciones extrañas, deformados por la enfermedad, marcados por tumores y pústulas. Fue entonces cuando conoció a Charles Byrne, un famoso gigante irlandés enfermo de tuberculosis. Hunter ordenó a varios de sus criados que siguiesen a Byrne día y noche hasta que muriera. Ansiaba su cadáver, tener sobre su mesa de autopsias el extraño cuerpo del gigante, poder diseccionar sus órganos, analizar sus deformidades. Byrne se asustó por la persecución y puso en su testamento  que arrojaran su cadáver al mar cuando muriera. Hunter desembolsó una fortuna en sobornos a la empresa funeraria, pero logró su sueño: el cortejo fúnebre se detuvo en una taberna, como estaba pactado, y allí sacaron el cuerpo del ataúd y lo sustituyeron por un saco lleno de piedras. 

miércoles, 28 de enero de 2015

Prólogo a los diarios de Santa Gema





De todas las entradas que componen el diario de Gema Galgani, la del dieciocho de junio  de 1899 es probablemente la más hermosa de todas, pero también la más terrible. En ella Gema describe la aparición de las heridas que abrirán su piel y marcarán su cuerpo a partir de entonces. Dios le ha concedido el más atroz de todos los dones: la posesión de los estigmas. “Los bellos santos salvajes afilan sus dientes debajo de mi cama. Después salen y muerden mi piel con sus pequeños dientecitos. Puedo oírles susurrar sus oraciones pronunciadas en la lengua de los afiladores de guillotinas y las vendedoras de lámparas. Dios es hermoso como un carnicero adolescente.”- escribe Gema.

Apenas tiene veintitrés años, pero desde ese día los estigmas aparecerán en su cuerpo con mucha frecuencia. Al principio las heridas son pequeñas, arañazos de apenas dos o tres centímetros en las palmas de las manos y los empeines de los pies. Gema oculta con guantes las cicatrices, esconde las marcas a los ojos inquisitivos de la familia Giannini, con la que vive desde que quedó huérfana. Sin embargo, con el tiempo la situación empeora. Gema se sumerge en crisis cada vez más profundas, en abismos cada vez más oscuros. Cae en éxtasis que se prolongan durante horas. En medio de la alucinación y el delirio, es capaz de ver el futuro, de predecir la muerte. Febril y convulso, su cuerpo comienza a sudar sangre. Además de los signos de los clavos, aparecen las llagas de la flagelación. “Dios se divierte aplastando mi cuerpo a martillazos”, escribe Gema.

A pesar de los largos vestidos que la cubren es incapaz de esconder las heridas. Luca es un pueblo demasiado pequeño, y los vecinos murmuran detrás de las puertas. El temor se extiende en casa de los Giannini, que ven convulsionar el cuerpo de Gema en éxtasis luminosos y terribles. Deciden consultar con varios médicos, dejar que la ciencia ilumine los abismos en los que está sumida la joven. Pero las lámparas no alumbran el fondo de los estanques. Las pruebas y los diagnósticos se suceden, pero ninguno parece poder explicar lo que le ocurre a la joven. “Estúpidos, estúpidos, estúpidos”- escribe Gema- “No sabéis nada. No habéis entendido que el amor infinito es infinitamente doloroso. No se puede amar a un caimán sin ser mordido por sus dientes, imbéciles”.
El único consuelo de Gema es el ángel que se le aparece cada noche en medio de la oscuridad de su habitación. La primera vez que lo vio tenía apenas quince años. La enfermedad devoraba su cuerpo y cavaba túneles en su cerebro, pero aquel ser traía consigo la calma. “Es hermoso como una plaga de langostas” –escribe Gema-. “Como los locos que bailan en medio del incendio con las manos atadas a la espalda”.

Sin embargo, con el paso del tiempo el ángel se va volviendo cada vez más violento. Sentado en el borde de la cama, grita a Gema, la regaña por cada acto insignificante, le hace llorar de terror. “Mi ángel se ha convertido en un insecto gigante y terrible”, escribe Gema con diecisiete años. La visiones de aquel ser la acompañarán el resto de su vida. Leyendo sus diarios resulta difícil precisar el momento exacto en el que se da cuenta de que no podrá huir, de que está condenada a habitar el abismo. Quizá el 17 de enero de 1896, cuando aquel insecto alado y terrorífico le obliga a rechazar la petición de matrimonio y jurar voto de castidad. Quizá dos años más tarde, el 4 de abril de 1898, cuando el ángel le entrega la cuerda con la que mortificará la carne de su vientre, el látigo con el que se flagelará. Quizá en realidad el momento exacto no importe. Quizá siempre había sabido que no es posible escapar de los abismos que llevamos dentro.

En septiembre de 1901 comienza el periodo más oscuro en la vida de Gema. Su forma de escribir es cada vez más confusa. La realidad se le escapa entre los dedos. “Nada es tan importante como el dolor” –escribe- “porque conservará vuestras facciones  intactas en medio de la melancolía. Nada es tan importante como la melancolía, porque evitará que la escarcha destroce vuestras cosechas. Envenenad el agua de los pozos, los que conocemos la destrucción aseguraremos la pureza. Envenenad la sopa antes de poner la mesa, porque poner la mesa es la única forma de rezar que conocemos nosotros los melancólicos. La violencia es sagrada, esto debéis recordarlo. Aquello que no merece ser exterminado con violencia no merece existir. Recordad esto cuando agarréis por los cabellos a los insomnes y os zarandéis con la frente pálida por el peso de la culpa. Recordad esto cuando le cortéis los cabellos a un hombre moribundo. Recordad esto cuando los santos salvajes hayan devorado mi pecho”.

Febril y alucinada, Gema no es capaz de entender que la tuberculosis avanza por sus pulmones. Solo tiene veintitrés años, pero no vivirá mucho más. Debilitado por las numerosas enfermedades que ha padecido y por las constantes lesiones infringidas, su cuerpo se resiste a continuar viviendo. El 11 de abril de 1903 la enfermedad acabará definitivamente con su vida. La última entrada de su diario, fechada solo tres días antes de su muerte, resultará curiosamente profética. En medio de su delirio, Gema es capaz de percibir la proximidad de su fallecimiento: “Todos lloraréis sobre mi lecho y pondréis monedas debajo de mi lengua. Todos lloraréis sobre mi lecho y colocaréis nidos de luciérnagas sobre mi frente. Todos lloraréis sobre mi lecho y os amputaréis los dedos en señal de respeto. Arrojaréis mi cuerpo en medio de las cosechas, pero eso no os librará de la culpa. Os arrancaréis los cabellos con vuestras propias manos, pero eso no os librará de la culpa. Moriré bella y miserable y los mendigos trenzarán libélulas en mi cabello. Moriré bella y miserable y conoceréis las grandes máquinas de la tristeza. Mi muerte será hermosa pero vosotros nunca conoceréis otra cosa que el invierno”.

En 1940, treinta y siete años después de su muerte, el Papa Pío XII canonizará a Gema Galgani, que a partir de entonces será venerada como Santa Gema. En Madrid, en una iglesia de la calle Leizarán, se conserva una reliquia de la santa: en una pequeña urna de cristal todavía puede verse latir un pedazo de su corazón.




[Todos los datos que aparecen en el texto son reales. De hecho, Gema Galgani llegó incluso a escribir una breve autobiografía a petición de su confesor, Actualmente se conservan algunos fragmentos y es posible encontrarlos en la red. Se sabe que también tenía un diario en el que escribía regularmente, pero nunca se encontró]

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Del cuerpo y la obra de Georges Palante





Después de una existencia miserable, Georges Palante decidía quitarse la vida el día 5 de agosto de 1925. Había vivido exactamente sesenta y tres años, tres meses y quince días. A partir de entonces, su obra caería también el más miserable de los olvidos. Como si la vida y la obra no pudieran ser más que un espejo la una de la otra.

Con el cuerpo terriblemente deformado por una enfermedad endocrina que le hacía crecer las extremidades y le daba un aspecto monstruoso, Palante había acumulado fracaso tras fracaso. Durante años, había intentado impartir clases en la Sorbona, pero tuvo que conformarse con ser profesor en distintos institutos de la Bretaña francesa. En la universidad no había sitio para su pensamiento extraño y desestabilizador. Lúcido intérprete de Nietzsche y de Stirner, Palante era sobre todo un individualista. Sin embargo, su individualismo estaba muy alejado del liberalismo. No se trataba de sentar las bases ideológicas de la explotación, sino de construir una afirmación radical de la libertad individual, que no puede ser constreñida por ninguna otra instancia: "La sociedad -escribió - es tan tiránica como el Estado, si no más. Esto es porque entre la coerción estatal y la coerción social no hay más que una diferencia de grado".


Muchos de los textos de Palante fueron escritos en los lóbregos burdeles en los que trabajaba su mujer, que se encargaba de cuidarlos y adecentarlos después de haber dejado la prostitución. En esas mismas habitaciones preparaba sus clases para el liceo, para las que cada vez necesitaba beber más. Alcohólico, jugador empedernido de póquer y cazador torpe y miope, el pensamiento individualista y aristócrata de Palante acabó derivando en una intensa misantropía que le llevó a una marginalidad cada vez más acusada. En los últimos años ni siquiera salía de casa. Demasiado dolor. Como si el cuerpo fuese una extensión de la obra. Como si el cuerpo no pudiese ser otra cosa distinta de la obra. 


[Uno de los textos de Georges Palante, "El espíritu corporativo" ha sido reeditado ahora como libelo por Piedra Papel Libros. Gracias a ese texto conocí su historia. Para profundizar en su pensamiento, muy recomendable el libro d Michael Onfray "Fisiología de Georges Palante, publicado por Errata Naturae]

martes, 3 de diciembre de 2013

algo así como el acto de terrorismo literario definitivo


Hace unos días me pasó algo extraño. Estaba leyendo “La cena de los notables”, de Constantino Bértolo, y de repente descubrí algo a lo que no dejo de darle vueltas desde entonces. “La cena de los notables” es un ensayo sobre la lectura y la escritura, o más bien sobre la enfermedad que supone la lectura y la soberbia que implica la escritura. En un momento dado, Bértolo hace un repaso de algunos personajes literarios que a su vez enferman de literatura a lo largo de la novela, como el Martin Eden de Jack London o el Quijote de Cervantes. Y entonces llega a Emma Bovary.

Por alguna razón, yo estaba completamente convencida de haber leído "Madame Bovary". Es más, creía recordar haberlo leído hace dos veranos en un pdf que nos pasó el profesor de una de las asignaturas que tuve en el primer año del máster. Creía recordar incluso estarlo leyendo en casa de unos amigos en Granada. Y digo creía porque ya no lo sé. A medida que leía el fragmento que Bértolo dedica a Emma Bovary me iba dando cuenta de que no era lo mismo que yo había leído. Que lo que Bértolo contaba no tenía nada que ver con lo que yo pensaba que era el argumento de "Madame Bovary". O, más bien, sí tenía algo que ver: recordaba el personaje, su forma de actuar, incluso su enfermedad con la literatura. Pero no recordaba a los personajes secundarios que cita Bértolo, y estaba bastante segura de que el final que yo había leído era completamente diferente.

Decidí buscar el pdf para ver qué había leído realmente, pero no lo he encontrado. Debí de eliminarlo del ebook y ya no tengo acceso a la plataforma virtual del máster, así que no puedo volver a descargarlo. Sin embargo, yo recuerdo haberle dicho al profesor que lo había leído, recuerdo haber hablado sobre el personaje y  recuerdo que me gustó bastante más de lo que pensaba en un principio. Por supuesto, estaba segura de que la que estaba equivocada era yo y no Bértolo, pero al ir a la biblioteca a por otro libro no pude evitar echar un vistazo al ejemplar de "Madame Bovary". Y sí, efectivamente el final y los personajes coincidían con lo que se contaba en “La cena de los notables”. ¿Qué libro he leído yo entonces? ¿Leí realmente el pdf del profesor o solo recuerdo haberlo leído? ¿Qué otros libros que recuerdo no he leído? ¿El pdf era realmente de "Madame Bovary"? ¿Puede ser que estuviese manipulado y el profesor no se hubiese dado cuenta?


No dejo de darle vueltas sobre todo a esta última pregunta, porque la posibilidad de alterar los libros en los pdfs que circulan por internet me parece maravillosa. Hacer que miles de personas crean que Emma Bovary quema la casa con su marido dentro, que miles de adolescentes respondan mal su examen sobre “El guardián entre el centeno”, que cientos de personas piensen que el tío Tom escondía cadáveres de niños bajo el suelo de su cabaña. Algo así como el acto de terrorismo literario definitivo. 

domingo, 14 de julio de 2013

sobre el opio, el alcohol, los retratos escondidos en los cuadros y la familia Brontë

[Emily Brönte]


Hace unos días acabé de leer Cumbres borrascosas. La novela me pareció soberbia, tan excesiva, torturada, tenebrosa y cruel como esperaba. Sin embargo, buscando información en internet sobre las distintas adaptaciones al cine que se han hecho de ella, encontré por casualidad la biografía de Emily Brontë, profundamente ligada a la de sus hermanos. Y me di cuenta de que la historia de la familia Brontë era tan tenebrosa y torturada como las novelas que escribieron. O puede que incluso más.

Los Brontë fueron seis hermanos, cinco chicas y un chico. Dos de las chicas, María y Elisabeth, enfermaron de tuberculosis en el colegio en el que habían sido internadas tras la muerte de su madre. Fallecieron el mismo año, en 1825. Durante un tiempo, los cuatro hermanos vivieron con una tía, que se ocupó de ellos hasta su muerte unos años después. Tras su fallecimiento, los hermanos decidieron volver a la casa familiar, donde su padre, pastor anglicano, había permanecido todo ese tiempo. Aunque eran apenas unos adolescentes, comenzaron a ganarse la vida en trabajos irregulares y mal pagados. Emily, Charlotte y Anne ejercieron de institutrices en distintas casas, y Branwell encontró un empleo en la oficina del ferrocarril. Por la noche, los cuatro escribían de forma incansable y enfermaban poco a poco, dejando que la tuberculosis deshiciese sus pulmones en aquella casa fría y húmeda. 


[uno de los pocos retratos existentes de Branwell]


Todos conocemos las publicaciones de las tres hermanas, Emily, Charlotte y Anne, que escribieron tanto poesía como novela. Sin embargo, del único chico, Branwell, casi no sabemos nada. Su nombre apenas aparece en la biografía de Emily, y no existe casi ninguna publicación suya. Buscando información sobre él, llegué por casualidad al blog de Juan Camós, al que ya conocía por su programa de radio, A este lado de la tumba. Es curioso, porque sabía de la existencia de este blog desde hacía solo unos días, y no había leído la entrada sobre Branwell. Supongo que llegó cuando tenía que hacerlo, en una de esas sincronicidades que tanto me pasan últimamente.

En su blog, Juan cuenta cómo las hermanas escondieron a Branwell sus publicaciones, cómo tejieron sus historias en silencio, minuciosamente, a escondidas de un hermano que era despreciado una y otra vez por la crítica y los escritores famosos con los que intentaba contactar. Solo y enfermo, Branwell empezó a abusar del alcohol y del opio. Desaparecía durante días de su casa, a donde regresaba envuelto en los delirios de la droga y con los pulmones cada vez más destrozados. Perdió a su prometida, que declinó el matrimonio por "su alcoholismo crónico, su abuso de los opiáceos y sus deudas", y le echaron del trabajo. Entre crisis y crisis, pasaba unos días en la casa familiar, donde se dedicaba a la pintura, otra de sus pasiones frustradas. En su habitación, escondida detrás de un armario, encontraron uno de sus últimos cuadros. En ella había pintado a sus tres hermanas, pálidas y hermosas, situadas junto a una columna. Pero si miramos esa columna con atención, se percibe una mancha de contornos borrosos. Cuando se analizó el cuadro, se descubrió que, bajo esa mancha, Branwell se había pintado a sí mismo. Y después se había borrado, había tapado su rostro con capas de pintura. Como si quisiera desaparecer para siempre de aquella escena. 




Todas las biografías de las hermanas Brontë describen a Branwell como una carga. Como la oveja negra que Emily tenía que cuidar porque no sabía cuidar de sí mismo. Pero yo me pregunto qué sentían las tres hermanas cuando escribían sus libros conjuntos a espaldas de su hermano, cuando escondían los pliegos de folios en los que redactaban sus obras. Por qué nunca le incluyeron ni le ayudaron, a pesar de que sus obras fueron conocidas en vida. "En toda mi vida no he hecho nada grande ni bueno", escribió Branwell en una de sus últimas cartas, antes de morir, alcoholico y enfermo, con solo treinta años. 



martes, 14 de mayo de 2013

la extraña maldición de predecir el futuro








Durante los años de esplendor de los circos americanos, era frecuente que estos fueran acompañados de lo que aquí se conoció como la parada de los monstruos: comparsas de seres deformes o monstruosos que exhibían sus enfermedades y trastornos para regocijo del público. Estas comparsas iban con los circos y muchas veces se convertían en el principal reclamo, mucho más que los trapecistas o los domadores. Hermafroditas, gigantes de más de dos metros, siameses unidos por distintas partes, mutilados que habían aprendido a comer o escribir con los pies, esquimales y niños con severos retrasos mentales y cráneos diminutos eran expuestos en pequeñas carpas a las que se podía entrar tras pagar algunas monedas. A veces los monstruos eran obligados a bailar delante del público, mientras sonaba una música de órgano que se accionaba con una manivela. 

Una de las comparsas más famosas a principios de siglo procedía de Europa del este. Estaba formada por una muchacha con una sola teta en el centro del torso, un chico con cráneo de caballo y Edina, una mujer enormemente obesa que predecía el futuro. Cuando alguien entraba en su carpa, Edina lo miraba y comenzaba a hablar. No utilizaba ningún método de adivinación, simplemente recordaba el futuro de la persona que tenía delante. Junto a ella se sentaba el muchacho de cráneo de caballo, que traducía los murmullos de Edina, ya que ésta estaba afectada por una enfermedad que hacía que tuviese la cara llena de pústulas supurantes. El pus que salía de las pústulas se secaba por la noche, haciendo que no pudiese abrir la boca salvo para emitir murmullos apenas audibles, que sin embargo sus compañeros entendían a la perfección. Cuando se la preguntaba de dónde venía su habilidad, Edina contaba que con trece años había sufrido una meningitis que la obligó a permanecer varios meses en la cama. Cuando se recuperó, ya tenía ese peso descomunal y esa maldición de recordar el futuro. 

Después de recorrer durante años todo Estados Unidos, Edina, la muchacha con un solo pecho y el muchacho con el cráneo de caballo fueron recogidos por el Museo Americano, en Nueva York. Allí, Edina vivió hasta los ochenta y un años, recordando el futuro de todo el que iba a verla. Se dice que era visitada con frecuencia por los círculos anarquistas de la ciudad, pero también por grandes magnates que la consultaban sobre el destino de sus finanzas. Se afirma que predijo, entre otras cosas, el crack de la bolsa de 1929. 



[esta historia la leí en el hipnótico libro "La insólita reunión de los nueve Ricardo Zacarías". A su vez, los autores la tomaron de "The circus 1870-1950", de Noel Daniel. Las fotografías pertenecen a una exposición "Anatomical Theatre", de un museo de Alabama, Estados Unidos.]

viernes, 3 de mayo de 2013

curiosamente




Desde mediados del siglo XIX hasta mediados del XX, el circo fue uno de los mayores espectáculos en Estados Unidos. Centenares de compañías recorrían el país de una costa a otra exhibiendo a sus siameses, mujeres barbudas, gigantes deformes y enfermos de microcefalia. Cuanto más extraño era el monstruo o más peligroso el espectáculo que realizaba, más éxito tenía su número. Entre los trapecistas, uno de los más famosos fue Andrev Borait, un inmigrante de origen ruso que había llegado a Estados Unidos en un barco atestado de hambrientos que la vieja Europa expulsaba a centenares. Sin embargo, su éxito no fue inmediato. Borait fue el primero en introducir la red de seguridad, lo que le permitía hacer acrobacias mucho más arriesgadas que las que se habían visto hasta entonces. Pero también lo convertía en un cobarde. En su espectáculo nadie era torturado, ni amputado, ni corría el riesgo de fallecer delante de los espectadores, así que estos lo abucheaban número tras número. El circo era la casa de los horrores, el lugar donde podía suceder cualquier monstruosidad,  no un sitio donde ver espectáculos bonitos. Con el paso del tiempo, la red de seguridad se iría imponiendo y cambiaría la sensibilidad de los espectadores, pero curiosamente a Borait no le sirvió de mucho. Durante un entrenamiento en mayo de 1923, cayó sobre una red con los agujeros demasiado grandes, se enganchó del cuello y se ahorcó. 



[leído en el maravilloso libro "La insólita reunión de los nueve Ricardo Zacarías", de Colectivo Juan de Madre (Aristas Martínez, 2012)]

viernes, 26 de abril de 2013

Amalia Hernández Díaz, sin fecha



Los montes que me rodean están llenos de invernales, de cabañas para guardar el ganado durante el invierno, cuando no se podía subir al puerto porque había demasiada nieve. Muchos están abandonados. En la puerta, los pastores que pasaban allí los meses de viento del norte escribían su nombre y la fecha. Nombres desconocidos y fechas desconocidas. Se lo cuento a una vecina del pueblo, una anciana de noventa y seis años que dice que lleva tantos años viuda que ya ni siquiera se acuerda del rostro de su marido. Dice que solo se acuerda de sus manos, que siempre estaban frías como las manos de un muerto. Me pregunta si me acuerdo de alguno de los nombres que he visto, porque seguro que eran vecinos o familiares o amigos. Manuel Labra, 1926, le digo. Maximiliano Fernández, noviembre de 1939. Valerio Alonso, enero de 1948. Amalia Hernández Díaz, sin fecha. 

Amalia Hernández Díaz. Me mira y se santigua cuando me oye decir ese nombre. Un nombre escrito a lápiz, no como los demás, que estaban grabados en la madera. Sin fecha. Con esa caligrafía tan característica de las personas mayores o de la gente que está poco acostumbrada a escribir. Es mejor no hablar de los muertos, me dice, no vaya a ser que se acuerden de su desgracia. Qué la pasó. Se santigua de nuevo y me dice que Amalia tenía dieciséis años cuando subió a aquella cabaña. Se tuvo que hacer cargo del ganado porque solo tenía un hermano menor, un niño de unos siete años que se llevó con ella al monte. Su madre había muerto en el parto y su padre aquel mismo verano. De qué murió. Lo mataron. Lo mató la gente del pueblo. El padre comerciaba con lana. Llenaba la carreta de lana y la iba vendiendo por los pueblos de alrededor. Al final del verano volvía con la carreta vacía y algo de dinero. Pero ese verano volvió también con una enfermedad, algo que le hacía escupir sangre. Cuando llegó al pueblo, estaba blanco y apenas podía sostenerse en pie. No traía carreta ni caballo.

Los vecinos lo vieron y no se quisieron acercar, por miedo a que fuese algo contagioso. No le dejaron entrar en el pueblo. Le obligaron a pasar una cuarentena, a que durmiese durante varios días en una cabaña alejada del pueblo hasta que remitiese la enfermedad. Los gritos de dolor se oían por todo el pueblo, sobre todo por la noche. Su hija fue a visitarle y le contó que le habían robado el carro, el caballo y el dinero cuando ya estaba de vuelta. Que no había podido comer nada durante días, mientras intentaba volver a pie al pueblo. Muerto de hambre, acabó comiéndose unos garbanzos crudos que encontró en algún sitio. Por eso escupía sangre. Los garbanzos debieron de hacerle una perforación en el estómago. Se estaba desangrando. En el pueblo nunca creyeron a Amalia, y su padre murió en aquella cabaña. 

El día del entierro, Amalia escupió sobre el ataúd para que todo el pueblo supiese que estaban malditos por lo que habían hecho. Ella y su hermano sobrevivieron, pero se convirtieron en personas sombrías, dice mi vecina. En mala gente. 




lunes, 1 de abril de 2013

los que vivimos en las casas oscuras

















"Los que damos diente con diente cuando llegan las constantes tormentas. Los que vivimos en las casas oscuras y comemos malas cosas crudas. Los que nunca podemos ver a nuestros padres porque no hay luz".


El universo está en la noche
Juan Carlos Mestre


miércoles, 17 de octubre de 2012

como si te despertases de un sueño muy, muy espeso o como si tuvieses un líquido oscuro y denso en el cerebro




Odio usar el blog para quejarme, pero ayer tuve un día de mierda. Llevo casi un mes arrastrando mogollón de cansancio y de problemas de salud. En este último mes he tenido que mudarme de casa, he perdido amigos que se han ido a trabajar fuera de Madrid y de España, he perdido el curro que representaba casi todos mis ingresos y he tenido que hacer frente a problemas económicos importantes en la familia. En realidad no es nada que no le esté pasando a la mitad de este país de mierda que se está cayendo a pedazos, y ni siquiera es tan grave como lo que le pasa a mucha gente que tiene que afrontar desaucios o que tiene que dar de comer a sus hijos, pero supongo que ayer mi cuerpo dijo que ya estaba bien. A las seis y media me desplomé en el suelo del salón. Se me empezó a nublar la vista y después solo recuerdo a mi hermano zarandeándome y al perro aullando como un lobo. Estuve poco tiempo inconsciente, pero es una sensación muy rara, como si te despertases de un sueño muy, muy espeso o como si tuvieses un líquido oscuro y denso en el cerebro. Me llevaron al hospital y me hicieron varias pruebas, pero solo era un bajón físico. El médico me dijo que lo veía a diario, que desde hacía un par de años los problemas derivados del estrés y del cansancio estaban en límites alarmantes. La Máquina debe de haber decidido que la contaminación, las jornadas de trabajo extenuantes y los transgénicos son métodos de genocidio demasiado lentos, y ha optado por acelerar el proceso. Para qué matar de obesidad a alguien si puedes matarlo de hambre. O mejor: de las dos cosas a la vez.

Acabo de despertarme después de dormir quince horas seguidas y tengo la sensación de haber estado toda la noche soñando los mismos sueños, como en un bucle. He vuelto a soñar con que estaba en una trinchera y alguien cantaba, creo que ya lo conté una vez. También he vuelto a soñar con el chico del jersey gris, con el que sueño tan a menudo que tengo la sensación de conocerle. Y he soñado una forma de arreglar que ayer no pudiese estar en el recital. Creo que la pondré en práctica este fin de semana, y espero que sirva como disculpa y como agradecimiento por todas las muestras de cariño, que han sido muchas. Ya lo veréis, espero que os guste.

[no me deja comentar en el blog, pero muchas gracias a todos por los ánimos, de verdad que me llegaron. El perro se llama Urko]

lunes, 10 de septiembre de 2012

el peso de los candiles





Los suicidas
entran en la muerte
con las manos amputadas
por el peso
de los candiles.

Hemos cavado
tantas tumbas
que los leprosos
nos tiran piedras
y nos acusan de conocer
el lenguaje de los muertos,
pero las tumbas
fueron cavadas
en lugares silenciosos:

los candiles no alumbran
el fondo de los estanques.




[los fotogramas pertenecen a la película "Frankenstein", de James Whale (1931). El poema es de un poemario aún en construcción]

miércoles, 25 de julio de 2012

el capitalismo es un gran matadero y los animales somos nosotros // La Jungla, de Upton Sinclair


Abrí La jungla pensando que era un libro sobre la industria de la carne. Una novela sobre las grandes granjas y mataderos industriales que día a día alimentan a millones de personas a base de cadáveres, dolor, hormonas y antibióticos. Y sí, en La Jungla hay todo eso, hay animales enfermos que son sacrificados  y envasados en forma de fiambre, carne en mal estado mezclada con toda la demás, cerdos sacrificados a golpes en habitaciones donde la sangre llega a los tobillos. Prácticas que fueron denunciadas entonces pero que no han cambiado mucho:

No hace falta decir que hacinar aves deformes, drogadas y sometidas a un alto nivel de estrés en una sala asquerosa y llena de heces no resulta muy saludable. A parte de las deformidades, los pollos de granjas industriales sufren problemas de visión, infecciones bacterianas en los huesos, parálisis, hemorragias internas, anemia, tendones rotos, las patas y los cuellos torcidos, enfermedades respiratorias y sistemas inmunitarios debilitados. Los estudios científicos y los estudios gubernamentales indican que prácticamente todos los pollos (alrededor del 95%) presentan una infección de E.coli (un indicador de contaminación fecal) y que entre el 39 y el 75% de los que llegan a las tiendas siguen infectados. De un 70 a un 90% presenta infecciones de otro patógeno potencialmente letal: la campylobacteria. Suele recurrirse a baños de cloro para eliminar la suciedad, el hedor y las bacterias. 


Pero La Jungla es mucho más. La novela de Upton Sinclair es la historia de cómo los de arriba torturan y asesinan a los de abajo, de cómo el capitalismo es otro gran matadero donde los animales somos nosotros. [Ostrinki le demostró que los conserveros habían sacado de él exactamente el mismo beneficio que obtenían de uno de sus puercos. En eso, obreros y animales se encontraban igualados, y de unos y otros obtenían los patronos idénticos beneficios] Durante treinta y seis capítulos asistimos a la explotación laboral, a la humillación, a la impotencia, a la destrucción de la masa de trabajadores que nutre la industria cárnica de Chicago. A un dolor que te hace un nudo en el estómago mientras estás leyendo.

Y, sin embargo, en el libro hay también esperanza. No la esperanza individual de encontrar la salida del laberinto, sino la esperanza colectiva de derribar sus paredes. La esperanza de acabar con un sistema que se alimenta del dolor de los que estamos abajo. Dicen que cuando un cerdo consigue escapar de la granja, levanta los pestillos de las cercas de sus compañeros. Quizá podamos aprender algo. 




[[La primera cita es de Comer animales, de Jonathan Safran Foer (Seix Barral). La segunda de La jungla, De Upton Sinclair (Capitán Swing)]]



lunes, 16 de julio de 2012

canciones perversas cantadas por niños




Los niños criados en sótanos
se amarraron con correas
a sus pequeñas camas
durante la epidemia
que llenó los huertos
de extrañas protuberancias.

Aprendieron a dormir
con los ojos abiertos,
pero los predicadores
descubrieron su secreto
y avisaron a los boy scouts
de mejillas sonrosadas:

la pureza de la raza
exige huertos de membranas
y canciones perversas
cantadas por niños. 

martes, 26 de junio de 2012

no leáis a Lautréamont



Hace demasiado calor para leer a Lautréamont. Para leer a un loco que tortura a otros locos y recorre los cementerios cegado por la absenta. Para leer cuando besaba a un niño de rostro sonrosado hubiese querido arrancar sus mejillas con una navaja y lo habría hecho a menudo si la Justicia, con su largo cortejo de castigos, no lo impidiese. Maldoror me susurra al oído con la boca llena de hojas de belladona y no me deja dormir. Me cuenta cómo aplastó la cabeza de un ahogado con una piedra para que no pudiese salir del agua, cómo violó y asesinó a una niña que dormía entre la maleza, cómo ejecutó a tres mujeres. Coloqué la suave gracia de los cuellos de tres muchachas bajo la cuchilla. Ejecutor de la justicia, solté el cordón con la experiencia aparente de una vida entera, y el hierro triangular, cayendo oblicuamente, cercenó tres cabezas que me miraron con dulzura. Hace calor y Los cantos de Maldoror es un libro horrible, y sexual y febril y no me deja dormir. Leo que Lautréamont murió a los 24 años por una enfermedad infecciosa en el cuarto de una pensión. Que su familia siempre mantuvo que había sido envenenado por su vinculación con grupos de extrema izquierda, pero ni siquiera fueron al entierro. Decían que era un enfermo y un blasfemo y que ardería en el infierno. Pero a Lautréamont eso le habría gustado.

sábado, 9 de junio de 2012

hablaron de la sífilis demasiado alto



Preparamos la tarima
donde serán ahorcados
los ancianos
que hablaron de la sífilis
demasiado alto,
las ancianas
que fingieron ser
muchachas leprosas
de vientres hinchados.

No tenemos tiempo
de rociar con ácido
los bosques de maleza:

observamos los cuerpos
que flotan en el lago,
pero el pelo de los muertos
fermenta despacio. 

miércoles, 21 de diciembre de 2011

invitación a mi jaula decorada



Hoy mis poemas no están aquí, sino en el blog de otro salvaje, Nueva Gomorra. Son dos poemas que están hechos para leerlos juntos, uno en verso y otro en prosa. No los había publicado hasta ahora, así que espero que os gusten.

domingo, 18 de diciembre de 2011

deberíamos comer de forma salvaje y anhelante




Somos dioses 
jóvenes e inexpertos
anhelantemente salvajes.

Deberíamos pegar
a los supurantes
de encías lácteas
y a los parapléjicos
de manos rechonchas.

Deberíamos correr
por las jaulas
como manadas violentas
y meter niños
en los microondas.

Somos dioses anémicos
y deberíamos comer. 

lunes, 14 de noviembre de 2011

antes madriz era un parque en el que hacíamos safaris y ahora es una fosa llena de barro.



Caer enferma de cansancio. Mi cerebro se apaga en un vagón de cercanías. Abro los ojos y estoy en el suelo rodeada de gente extraña que me pregunta si estoy bien y si quiero que llamen a una ambulancia. Digo que no tengo familia y me bajo. No sé por qué digo eso. Será porque no puedo soportar otra despedida más en el aeropuerto. Desde septiembre se han ido mi prima y mis dos mejores amigas de la facultad y ya no lo aguanto. porque sé que no van a volver.

tengo fiebre en la habitación azul. los treinta y nueve grados me hacen soñar que mastico flores blancas. que es de noche y me persigue un lobo por el bosque y hace tanto frío que tengo las manos azules. y los pies azules. y los párpados azules. el médico dice que es una reacción al estrés. dice estrés para no decir dolor. o tristeza. antes madriz era un parque en el que hacíamos safaris y ahora es una fosa llena de barro.

domingo, 30 de octubre de 2011

Ana y la incertidumbre o cómo reseñar un poemario sin que te haga pedazos



Abro el correo esta mañana estúpida de horarios desfasados y me encuentro un poemario. Cincuenta y seis páginas de poemas antes de irme a un trabajo que odio pero que necesito. Antes de tanta comida tirada a la basura y tantos vestidos brillantes que reproducen lo que en algún momento de los años noventa debió de ser la elegancia y tantas novias en el Día Más Felíz De Su Vida. Leo el poemario del tirón. Joder, Sergio. Cómo aguanto diez horas en un curro de mierda después de esto.

Ana y la incertidumbre es de esos poemarios que te hacen pedazos pero te dejan con ganas de más. Que duelen y enganchan a partes iguales. Como una sesión de sexo anal o un lexatín. Son poemas sucios métricamente, pero joder como la vida misma. La vida no rima, Layla, me dijo un colega una vez y tenía razón. Sólo riman las películas de Hollywood, donde ningún borracho intenta meter mano a las camareras en el banquete de bodas. Donde los vestidos de los invitados no tienen quince años. Ana y la incertidumbre te deja una sensación de urgencia, de vacío en el estómago, de olor al desinfectante que usan en los hospitales. Habla de las baldosas blancas que cubren las paredes, de los pasillos vacíos, de la enfermedad, de teléfonos que suenan y te hacen pedazos. Y lo hace sin victimismos, sin caer en tópicos, sin miedo a jodernos el día.

Tenéis que leer Ana y la incertidumbre porque es la hostia. Porque es un libro escrito mientras todo se derrumbaba, mientras la rutina perdía la t y se convertía en ruina, como él dice. Porque los poemas tienen que provocar asco o pena o placer o vacío o dolor, pero provocar algo, y Sergio lo consigue. Porque son poemas sencillos pero de una brutalidad que te deja sin aliento. Porque va a joderos el día antes de alegrároslo.


(podéis encontrar el poemario de Sergio en su blog http://callejonexpresion.blogspot.com/)

jueves, 13 de octubre de 2011

el libro de la crueldad. o por qué todas mis obsesiones acaban en ese libro




"Quiero un hijo enfermo para poder ciudarlo. Un hijo enfermo que nazca de la bolsa de plástico que llevo atada a las muñecas. Mira los insectos. Los escupiré en tu boca para que puedas devorarlos. Así no tendrás que comer medicamentos. Quiero un hijo enfermo para vestirlo de blanco y poner flores en su camita"

El libro de la Crueldad