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domingo, 4 de octubre de 2015

Cadena alimenticia






Aunque nos parezcan muertos y horribles, los zombis tienen una vida interior rica y plena. Lo descubrí pocos días después de que me encerraran en esta celda, la C-348. El encargado de traerme la comida comenzó a dejarme libros junto al plato. La mayoría de ellos tenían frases subrayadas y anotaciones a lápiz en los bordes. Al principio pensé que quería mandarme un mensaje, pero luego me di cuenta de que simplemente eran sus reflexiones. Mi carcelero compartía su biblioteca conmigo, seleccionaba para mí los libros que creía que me podían gustar. La vacuna no había conseguido restablecerles la capacidad de articular las palabras correctamente, pero podían comunicarse por escrito igual que nosotros. Quizá aquella dificultad para hablar fue lo que hizo que les subestimásemos. Cuando se dieron los primeros casos de canibalismo después de la vacunación masiva no nos preocupamos demasiado. Simplemente pensamos que no había funcionado. Aquellos seres seguían intentando alimentarse de restos humanos y seguían siendo incapaces de hablar o razonar. Tuvieron que pasar unos meses para que nos diésemos cuenta de que los efectos tardaban en manifestarse. Para entonces ya era demasiado tarde. El ser humano había dejado de estar en la cima de la cadena alimenticia. A veces pienso en ello. Supongo que aquí no hay mucho más en lo que pensar. Hoy ha venido el médico a verme. Me ha dejado unas pastillas nuevas sobre la mesa, parecen vitaminas. Quieren que el bebé nazca sano y grande. Quizá debería empezar a llamarlos crías, para que me diese menos pena separarme de ellos. El médico me ha dado unas palmadas en la cabeza. Creo que están contentos conmigo. 




[La primera frase de este microrrelato pertenece a la escritora norteamericana Lisa Tuttle. Forma parte de una especie de juego en el que escritoras de ciencia ficción comenzaban un relato y tenías que continuarlo, con una extensión máxima de trescientas palabras. Así quedó el mío]

miércoles, 11 de marzo de 2015

La Hermandad del Espiritu Libre. Violencia y nihilismo en la Europa medieval







“Sería mucho mejor que el mundo
fuese destruido y pereciera totalmente
a que un hombre libre se abstuviera
de un acto que le pida su naturaleza”

Anónimo. Acta de confesión de un
miembro del Espíritu Libre ante la Inquisición



A pesar de ser finales de primavera, en Colonia hace un día oscuro y tormentoso. El cielo llena la ciudad alemana de sombras, pero las verdaderas tempestades bullen en la oscuridad de los callejones. Jean de Brünn, miembro de la Hermandad del Espíritu Libre, está siendo torturado por la Inquisición. La tormenta ahoga sus gritos, pero los rumores se han extendido por toda la ciudad. La consigna del poder ha sido clara, y sus órdenes se cumplirán una por una. El Espíritu Libre debe ser erradicado.

Desde casi un siglo antes de aquel oscuro día de 1335, la doctrina predicada por los adeptos al movimiento herético amenaza con destruir toda forma de poder y dominación en los lugares en los que ha ido arraigando. Las herejías y los movimientos contestatarios se han extendido como una plaga por la mayor parte de las ciudades del centro y oeste de Europa ante la mirada impotente de los guardianes del orden, pero el Espíritu Libre será diferente a todas ellas. Sus adeptos no buscan apuntalar las ruinas de una Iglesia que se hunde en la corrupción y la decadencia ni imponer nuevas formas de dominación. Lo que distinguirá a los miembros del Espíritu Libre de todos los demás herejes medievales será su total falta de moralidad. No se trataba de imponer un nuevo orden, sino de destruirlos todos.

Los miembros de la Hermandad se consideraban a sí mismos hombres libres, y, por tanto, creían que no tenían por qué someterse a ninguna norma, fuese del tipo que fuese. Johan Hartman, un adepto arrestado y torturado en Erfurt al mismo tiempo que Brünn, lo había expresado con toda claridad en uno de los escritos que dejará tras su muerte: “El hombre verdaderamente libre es rey y señor de todas las criaturas. Todas las cosas le pertenecen, y tiene derecho a usar todo lo que le agrade. Si alguien intenta impedírselo, el hombre libre puede matarle y tomar sus bienes.” Los textos de Brünn, por los que será torturado hasta la muerte, serán todavía más explícitos. En ellos afirmaba que Dios había creado todas las cosas en común, lo que significaba que todas las cosas debían ser compartidas por los “libres de espíritu”. Si alguien poseía alimentos, era porque debía servir a las necesidades de los hermanos del Espíritu Libre. En la práctica, esta afirmación implicaba que el adepto era libre de comer en una taberna y negarse a pagar. Si el tabernero intentaba cobrarle, merecía ser azotado. En el caso de que un hermano necesitase dinero, debía pedir limosna. Si se la negaban, tenía total libertad para tomarla por la fuerza, y no debía sentir escrúpulos ni siquiera en el caso de que la otra persona muriera de hambre como consecuencia del robo. Cualquier tipo de acto violento estaba justificado, desde las amenazas y las extorsiones a los asaltos a mano armada o los asesinatos. En sus textos, Brünn reconocía haber cometido todos esos actos y afirmaba que eran muy comunes entre los miembros de la fraternidad. Los adeptos no sentían ningún respeto por nadie que no perteneciese a la comunidad y no reconocían la propiedad privada, por lo que sostenían que no tenían por qué someterse a ella. “Creen que todas las cosas son propiedad común”- escribía el obispo de Estrasburgo en 1317- “de donde deducen que el robo les está permitido”.

La construcción teórica que estaba detrás del comportamiento violento y amoral de los miembros del Espíritu Libre hundía sus raíces en una cosmovisión religiosa, pero a la vez acababa negando la sumisión a cualquier deidad o institución eclesiástica. Una vez que el adepto era considerado un miembro de la Hermandad, se situaba al mismo nivel que Dios. Desde ese momento, su voluntad era la voluntad de Dios, por lo que solo se debía obediencia a sí mismo. La doctrina de la Iglesia católica había aceptado la unio mystica, una especie de comunión con Dios que experimentaban algunos santos y mártires en momentos puntuales de su vida. Sin embargo, esta doctrina era muy diferente de la defendida por el Espíritu Libre, cuyos miembros afirmaban ser idénticos a Dios. En la práctica, esto se traducía en que los adeptos predicaban haber sobrepasado a Dios, y por tanto, no tener necesidad de él. La comunidad de mujeres de Schewidnitz, que pertenecieron a la Hermandad y jugaron un papel fundamental en la difusión de sus ideas, afirmaban que sus almas habían alcanzado, gracias a sus propios esfuerzos, una perfección mayor que la que habían tenido cuando emanaron de Dios y mayor aún de la que Dios quería que tuvieran. Predicaban que tenían tal autoridad sobre el Espíritu Santo que podían “conducirlo como una silla”. Este tipo de afirmaciones eran frecuentes entre los miembros de la Hermandad, que se consideraban a sí mismos completamente omnipotentes, por lo que afirmaban que ya no tenían ninguna necesidad de Dios. “Cuando Dios creó todas las cosas”- sostenía una adepta de Schewidnitz-“yo las creé con él. Soy más que Dios”.

Esta autodeificación de los miembros del Espíritu Libre hacía que la idea de la salvación perdiese sentido. Hiciese lo que hiciese, un adepto no podía pecar, ya que cualquier acto realizado por Dios era sagrado en sí mismo. Los asesinatos, los robos o los asaltos cometidos por un miembro del Espíritu Libre eran actos sagrados, y el adepto no tenía por qué sentir ningún tipo de remordimiento. Es más, las víctimas debían estar agradecidas de poder servir a Dios, y si no era así, el adepto era libre de castigarlas como desease, incluyendo el asesinato. Por su parte, si el miembro de la Hermandad moría en el transcurso de la pelea, tampoco tenía ninguna importancia, ya que su alma tenía asegurada la salvación eterna.

La imposibilidad de pecar hacía que también careciesen de sentido los medios de salvación impuestos por la Iglesia. Ni los sacramentos, ni la castidad, ni la predicación, ni los votos tenían ningún valor, y la intercesión de la Virgen y los santos se habían convertido en algo carente de sentido. Para los “libres de espíritu”, actos como un encuentro sexual no podían ser pecaminosos, ya que eran realizados por el mismo Dios. De hecho, se consideraba que una de las señales más claras de que el adepto había alcanzado el lugar de Dios era, precisamente, la facilidad de tener un comportamiento promiscuo sin temor de pecar ni de tener remordimientos de conciencia. Algunos adeptos llegaban incluso a atribuir un valor trascendental al acto sexual cuando era realizado por ellos, llegando a afirmar que tras el encuentro se recuperaba la virginidad.


Para llegar a este estado de divinidad era obligatorio que los discípulos se sometiesen a un periodo de aprendizaje que comenzaba con un voto de obediencia ciega que se realizaba de rodillas. Este voto se dirigía no hacia la orden o la divinidad, sino hacia una persona concreta que actuaba como maestro. Se consideraba que el voto anulaba todos los que se hubiesen hecho antes, ya fuesen los de una orden religiosa o los del matrimonio. A partir de entonces, el discípulo tenía la seguridad de que no podía pecar, fuesen cuales fuesen sus actos. Si actuaba por orden del maestro podía asesinar o robar sin ningún remordimiento, puesto que había entrado en un estado de “inocencia primitiva” en el que el único pecado posible era la desobediencia o negación del maestro. Una vez superado el periodo de aprendizaje, el discípulo pasaba a ser miembro de la Hermandad, lo que implicaba que a partir de entonces no se debía obediencia más que a sí mismo.

Esta doctrina de negación de todo orden existente que difundían los adeptos al espíritu Libre los convirtió en un enemigo prioritario para el poder. Durante más de cinco siglos, entre el XI y el XVI, los miembros del movimiento fueron perseguidos por papas, emperadores y príncipes. Primero de forma pública y luego en la clandestinidad, los miembros del Espíritu Libre predicaron su doctrina a lo largo y ancho del continente europeo, irradiándose a partir de Colonia, la ciudad que actuaría como epicentro de la herejía. El rechazo absoluto a cualquier tipo de sumisión o límite hizo a los miembros del Espíritu Libre sujetos peligrosos para los poderosos, que los persiguieron, torturaron y asesinaron sin descanso. Su desafío constante a todo tipo de límites y normas les llevará a rechazar todas las leyes y convenciones sociales, desde las bulas papales a las normas corrientes de conducta. En muchas ocasiones, los miembros de la Hermandad vestían como la nobleza, con joyas y tejidos caros. En la Edad Media, cuando la ropa era un signo claro del estamento al que se pertenecía, ese comportamiento creaba confusión y resentimiento entre los estamentos privilegiados, ya que suponían una amenaza a su posición: “No tienen uniforme”, se lamentaba un clérigo alemán . “A veces visten de modo costoso y disoluto, otras muy miserablemente, siempre según el tiempo y lugar. Como creen que no pueden pecar, piensan realmente que les está permitido cualquier modo de vestir”.

El rechazo a todo tipo de norma social les llevará también a no respetar las relaciones sociales convencionales. Instituciones como la familia o el matrimonio carecían de sentido para los miembros de la Hermandad, que abandonaban sus casas y sus hogares para predicar de ciudad en ciudad o vivir en comunidades donde no existían la propiedad privada ni las jerarquías y donde sus miembros tenían total libertad para actuar como desearan. En estas comunidades tuvieron una gran importancia las mujeres, que fueron miembros muy activos de la Hermandad del Espíritu Libre. El nulo respeto por todo tipo de convención social hacía que para los adeptos careciese de sentido la división sexual del trabajo. La distinción se establecía entre los miembros de la Hermandad y el resto de la población, que se situaba en un nivel inferior en tanto que no había alcanzado la divinidad. Entre los miembros de la Hermandad, en cambio, no existían diferencias de ningún tipo, ya que todos se habían convertido en Dios o incluso le habían superado. Las mujeres llevaban el mismo tipo de vida que los hombres, tanto dentro de las comunidades como cuando decidían predicar por los caminos y las aldeas. De hecho, uno de los documentos que han permitido tener un conocimiento más exacto de la doctrina del Espíritu Libre fue escrito por una adepta que tuvo un papel muy destacado dentro del movimiento, Marguerite Porete. En el libro, titulado “Le mirouer des simples ames”, no solo se describen las bases doctrinales que sustentaban la radical afirmación de libertad de la Hermandad, sino también la vida cotidiana de sus miembros. El texto suponía un desafío de tal magnitud al orden existente que el poder persiguió a Porete sin descanso, obligándola a pasar a la clandestinidad. En 1310 fue finalmente detenida, torturada y quemada viva.

El destino de Marguerite Pouret y Jean de Brünn sería compartido por mucho miembros de la Hermandad, asesinados por la Inquisición después de interminables sesiones de tortura. El poder no podía permitir la extensión de una doctrina que negaba cualquier tipo de norma o limitación y que dinamitaba el orden social existente. El comportamiento anárquico y violento de sus miembros y las bases nihilistas de su pensamiento eran incompatibles con la sumisión a toda forma de poder o autoridad, y los guardianes del orden no podían consentirlo. En un texto escrito hacia 1330 en Colonia, el hermano Heinrich Suso describía a la perfección las ideas que convertían a los adeptos en sujetos peligrosos para la dominación.  Explica que una tarde de domingo, mientras estaba sentado dedicado a la meditación, se le apareció una extraña presencia. Suso le preguntó “¿De dónde vienes?” y la presencia respondió “No vengo de ninguna parte”. “Dime ¿quién eres?”. “No soy”. ¿Qué deseas?”. “No deseo”. “¡Esto es un milagro! Dime ¿cómo te llamas?”. “Me llaman violencia sin nombre”. “¿Qué pretendes?”. “Llegar a una liberad sin trabas”. “Dime, ¿a qué llamas libertad sin trabas?”. “Cuando un hombre vive según todos sus caprichos, sin distinguir entre Dios y él y sin mirar ni hacia delante ni hacia atrás”. 

sábado, 10 de enero de 2015

El único acto dadaísta posible es el incendio del Cabaret Voltaire

[El Cabaret Voltaire en 1916]



Estamos en 1916 y las armas químicas destrozan los pulmones de los soldados que combaten en el frente. Ese mismo año, el ejército alemán ha descubierto una nueva combinación de gas aún más letal que las que se habían usado hasta entonces, y las bajas se cuentan por miles. Las máscaras de gas no sirven. La mezcla de cloro y fosgeno que cae sobre las trincheras acaba filtrándose por las protecciones y alcanzando las vías respiratorias. Los soldados ni siquiera notan los síntomas al principio. Los efectos del gas tardan varias horas en manifestarse, así que siguen luchando ajenos a los abismos que han comenzado a abrirse en sus pulmones.


A unos kilómetros de allí, en Zürich, también se habita el abismo. El poeta alemán Hugo Ball acaba de abrir el Cabaret Voltaire, un antro sucio y oscuro situado en la parte superior de un teatro. Los clientes habituales son tarados, desertores, alcohólicos, adictos, enfermos, cobardes. Unos metros más abajo, en la misma calle, Vladimir Ulianov planea el asalto a los cielos, pero los conspiradores que se reúnen en el Cabaret Voltaire no están interesados en los cielos, sino en las alcantarillas. Ball decide reunir sus textos en una revista, una especie de antología del delirio capaz de escupir en la cara a una sociedad tan enferma como los soldados que se pudren con los pulmones llenos de gas. La revista tendrá el mismo nombre que el antro donde ha sido creada, y en ella aparecerá por primera vez la palabra “dadá” para referirse a ese escupitajo, a esa broma de mal gusto que será el movimiento dadaísta. Hugo Ball no lo sabe y seguramente ni siquiera le importe, pero acaba de inventar el dadaísmo.

El dueño del local acabará expulsando a los dadaístas solo unos meses más tarde, cuando se dé cuenta de que todos aquellos muertos de hambre ni siquiera tienen para pagar las consumiciones. El Cabaret Voltaire se convertirá en un restaurante barato para gente de mala vida, uno de esos locales donde no sé preguntan los ingredientes que llevan los platos. En los años treinta sus dueños lo decorarán como una casa de campo suiza en un intento por atraer a una clientela algo mejor, pero no servirá de nada. El Cabaret Voltaire nunca será otra cosa que un agujero húmedo y oscuro excavado en medio de Zürich. 

A finales de los años ochenta el local será finalmente abandonado. En las últimas dos décadas había sido una discoteca de mala fama, pero después de un tiempo sus dueños se cansarán de intentar mantener el negocio a flote. Durante los doce años siguientes permanecerá vacío, olvidado en medio de una ciudad que se apresuraba en destruir todos los túneles que llenaban su subsuelo y olvidar todas las conspiraciones que se habían urdido en sus sótanos. Por alguna razón nadie reparó en aquel antro que se caía a pedazos a causa de la humedd y el abandono. Sin embargo, en el invierno del 2002 alguien decidió abrir de nuevo el abismo. Un grupo de okupas derribaron la puerta del local y crearon un centro social que trataba de recuperar el espíritu provocador y burlón del dadaísmo. Durante más de tres meses se organizaron recitales, fiestas y proyecciones de cine similares a los que se habían hecho en el Cabaret Voltaire, aunque quizá el verdadero espíritu del dadaísmo estaba ya en el hecho de la okupación. Si dadá estaba en alguna parte era en la puerta destrozada del local, en las ruinas y los escombros colectivizados, en la burla al sistema legal, en los delitos que se estaban cometiendo.

Tres meses después el nuevo Cabaret Voltaire fue desalojado. Ese mismo año se convirtió en un museo del dadaísmo. El sistema había consumado la más cruel de sus violencias: convertirlo en parte de él. Ahora, diez años después y con cientos de visitas diarias, el dadaísmo solo puede ser homenajeado con un único acto: la reducción del Cabaret Voltaire a cenizas en el más hermoso de los incendios. 



[El Cabaret Voltaire hoy, convertido en museo del dadaísmo]

martes, 7 de octubre de 2014

Ver a la gente arder. Las cartas de amor de Bonnie y Clyde.


[Bonnie y Clyde, 1933]



En el año 2009 el FBI desclasificó el archivo que contenía la investigación que concluyó con el asesinato de Bonnie y Clyde a manos de la policía en mayo de 1934. En las casi mil páginas que contenía el documento no solo se incluían las pruebas y los indicios que la policía había ido acumulando a lo largo de casi dos años de persecución, sino también objetos personales encontrados en los registros domiciliarios. Entre ellos estaba una serie de fotografías en la que Bonnie y Clyde miraban a la cámara con actitud desafiante, elegantemente vestidos y posando con los revólveres y escopetas con los que realizaban sus atracos. Algunas de las fotografías habían sido filtradas a la prensa, pero otras nunca habían visto la luz. Una de ellas mostraba los cadáveres de los dos jóvenes tendidos en la mesa de autopsias, donde el forense extrajo más de cincuenta balas de cada cuerpo. 

Pero las fotografías no eran los documentos más curiosos que contenía el archivo. Entre todos aquellos papeles desclasificados se encontraba también la correspondencia que habían mantenido Bonnie y Clyde mientras él cumplía condena por un delito menor, al poco tiempo de conocerse. La policía las había encontrado entre las pertenencias que la pareja había tenido que abandonar en una de sus huidas, cuando el cerco de la policía se estrechaba cada vez más sobre ellos. Cuando Bonnie y Clyde fueron asesinados a tiros en una emboscada, la investigación se cerró y las cartas permanecieron como material clasificado, sin que nunca fueran filtradas a la prensa. 

El otro día di con ellas por casualidad y pude leerlas. Supongo que tiene que ver con cierta idealización romántica de la pareja que me había hecho, pero lo cierto es que las cartas me resultaron tremendamente aburridas. Bonnie solo repite tres o cuatro ideas, básicamente que se aburre, que ha visto a tal o cual familiar y que va a ir a ver a Clyde a la cárcel. En las de él hay algunos datos más de lo que hacen en prisión, de cómo se encuentra y de lo que echa de menos a Bonnie, pero poco más. Nada de pasión, nada de sexo, nada de amor. Cuando las comparo con las que intercambiaron James Joyce y Nora Barnacle, resultan especialmente llamativas. El escritor y su mujer siempre llevaron una vida bastante corriente, muy diferente a la carrera delictiva de Bonnie y Clyde. Sin embargo, sus cartas están llenas de prácticas sexuales extremas, de gustos sofisticados en la cama, de filias eróticas curiosas. Se nota que se desean, que les está matando la distancia, que echan de menos el cuerpo del otro. En las de Bonnie y Clyde no hay nada de eso. Supongo que la comparación con un escritor como Joyce no es justa, pero no se trata de la calidad literaria. Bonnie y Clyde parecen simplemente dos adolescentes aburridos que no paran de quejarse, mientras que Nora y James arden de fiebre el uno por el otro. Y a mí me gusta ver a la gente arder. 



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domingo, 5 de octubre de 2014

De cuando Eliphas Lévi predijo la llegada de las sombras




Londres, 1845. El ocultista francés Eliphas Lévi ha viajado a la ciudad inglesa guiado por un presentimiento que no puede quitarse de la cabeza. Desde hace meses, todas las señales indican que debe abandonar París y sumergirse en la tenebrosa Londres, deambular por sus callejones húmedos y oscuros, escuchar los susurros que abren las puertas de los infiernos. Nada más llegar, alquila un pequeño estudio en una buhardilla con las paredes llenas de manchas de moho, barata pero tan tenebrosa como sus presentimientos. No sabe por qué ha venido a Londres, pero sabe que debe estar atento, que los acontecimientos están a punto de precipitarse, que las sombras están a punto de desvelar sus secretos.


A los pocos días de su llegada, Lévi entra en contacto con los círculos rosacruces, cuyos miembros también han percibido la leve agitación de la materia que precede al caos más hermoso y salvaje. Conscientes de que Lévi tiene un importante papel que jugar, le han buscado por toda la ciudad, callejón tras callejón, susurro tras susurro. El francés es solo un estudioso, alguien que conoce las fuerzas ocultas que duermen en la ciudad por los textos revelados, pero nunca ha entrado en contacto directo con esas fuerzas. Hasta entonces. Alentado por los rosacruces, Lévi inicia una serie de invocaciones que cambiarán su vida para siempre. Aunque se negará a hablar de sus visiones, se sabe que en una de ellas contactó con Apolonio de Tiana, un matemático y místico griego fallecido siglos antes. La misión de la presencia es indicarle dónde se encuentra el Nyctamerion, un texto revelado que hasta entonces había permanecido escondido a la vista de los hombres. Tomando ese texto como referencia, Lévi elaborará uno de los libros ocultistas más importantes de todos los tiempos, Dogma y ritual de la alta magia

A partir de entonces las visiones de Lévi serán frecuentes. Aquejado de una enfermedad coronaria, el ocultista sufría desmayos que le llevaban a experimentar estados de trance. En esos estados será capaz de conocer las señales que anuncian los abismos, los murmullos que presagian la llegada de acontecimientos oscuros. Una de esas visiones será de París. En ella, Lévi verá la ciudad en medio de una fuerte tempestad que dejaba las calles llenas de cadáveres. Consciente de que París se sume en las sombras, decide volver definitivamente a su ciudad natal. Han pasado muchos años desde que la abandonó, y en todo ese tiempo solo ha hecho alguna visita temporal, apenas unas semanas. Cuando regresa, encuentra una ciudad llena de susurros, tomada por energías oscuras que conspiran en las sombras. Comienza a ganarse la vida dando clases particulares de cábala, pero en realidad espera. Espera a que lleguen los acontecimientos de sus visiones, a que se desate la tormenta que ha visto en sus estados de trance. 

No pasará mucho tiempo. Solo unos meses después de su llegada, un levantamiento popular declarará la Comuna de París. Agotada su única fuente de ingresos, Lévi vagará por la ciudad hambriento y desesperado, buscando señales del abismo. Sabe que queda poco tiempo, que las sombras están a punto de abatirse sobre la ciudad como una plaga de langostas. Encerrado en su pequeña buhardilla, verá llegar a las sombras, oirá los disparos, verá caer los cuerpos sobre la acera. Esas visiones, más terribles aún que las de sus estados de trance, le perseguirán toda la vida, produciéndolo fuertes dolores de cabeza. Morirá solo cuatro años después, sin que esos dolores le hayan abandonado nunca. 

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Del cuerpo y la obra de Georges Palante





Después de una existencia miserable, Georges Palante decidía quitarse la vida el día 5 de agosto de 1925. Había vivido exactamente sesenta y tres años, tres meses y quince días. A partir de entonces, su obra caería también el más miserable de los olvidos. Como si la vida y la obra no pudieran ser más que un espejo la una de la otra.

Con el cuerpo terriblemente deformado por una enfermedad endocrina que le hacía crecer las extremidades y le daba un aspecto monstruoso, Palante había acumulado fracaso tras fracaso. Durante años, había intentado impartir clases en la Sorbona, pero tuvo que conformarse con ser profesor en distintos institutos de la Bretaña francesa. En la universidad no había sitio para su pensamiento extraño y desestabilizador. Lúcido intérprete de Nietzsche y de Stirner, Palante era sobre todo un individualista. Sin embargo, su individualismo estaba muy alejado del liberalismo. No se trataba de sentar las bases ideológicas de la explotación, sino de construir una afirmación radical de la libertad individual, que no puede ser constreñida por ninguna otra instancia: "La sociedad -escribió - es tan tiránica como el Estado, si no más. Esto es porque entre la coerción estatal y la coerción social no hay más que una diferencia de grado".


Muchos de los textos de Palante fueron escritos en los lóbregos burdeles en los que trabajaba su mujer, que se encargaba de cuidarlos y adecentarlos después de haber dejado la prostitución. En esas mismas habitaciones preparaba sus clases para el liceo, para las que cada vez necesitaba beber más. Alcohólico, jugador empedernido de póquer y cazador torpe y miope, el pensamiento individualista y aristócrata de Palante acabó derivando en una intensa misantropía que le llevó a una marginalidad cada vez más acusada. En los últimos años ni siquiera salía de casa. Demasiado dolor. Como si el cuerpo fuese una extensión de la obra. Como si el cuerpo no pudiese ser otra cosa distinta de la obra. 


[Uno de los textos de Georges Palante, "El espíritu corporativo" ha sido reeditado ahora como libelo por Piedra Papel Libros. Gracias a ese texto conocí su historia. Para profundizar en su pensamiento, muy recomendable el libro d Michael Onfray "Fisiología de Georges Palante, publicado por Errata Naturae]

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Integridad cutánea



Llevo varias semanas leyendo informes forenses para un proyecto que tengo entre manos. Algunos son de casos conocidos que fueron noticia hace algunos años, otros apenas merecieron un par de líneas en la prensa, o ni siquiera eso. Todos son de muertes violentas, desde asesinatos premeditados a palizas y procesos de tortura de varios días. Todos han sido escogidos en función de la repetición de unos mismos ritos, de unos actos que cometieron todos los asesinos a pesar de las distancias temporales y geográficas y de las distintas motivaciones para cometer el crimen. Creo que hasta ahora nunca había leído un informe forense completo, solo algún fragmento. Una de las cosas que más me ha sorprendido es lo hermoso que es el lenguaje que utilizan: "la muerte se produjo por destrucción de centros vitales encefálicos", "la parte superior izquierda de la cavidad torácica ha sufrido fenómenos de transformación", "la integridad cutánea es completa". Supongo que se debe a que no estoy acostumbrada a la jerga médica, pero es como si tratase de ser un lenguaje tan preciso y tan técnico que acabase cayendo en lo poético. Como si fuese imposible que las palabras fuesen precisas.

Otra cosa bastante sorprendente es lo sencillo que es olvidarte de que se trata de personas reales. En uno de los informes aparecía que el cadáver tenía un hematoma de treinta y cinco centímetros. Recuerdo que lo subrayé y fui a por una cinta métrica para hacerme una idea precisa de cuánto eran exactamente treinta y cinco centímetros. Después anoté algo en el margen del folio y seguí leyendo. No le di más importancia hasta que llegué al siguiente informe, que pertenecía a Agustín Rueda, un militante anarquista asesinado de un paliza por los funcionarios de la cárcel de Carabanchel en 1978. El caso de Agustín era probablemente el único con el que tenía un vínculo previo a la lectura del informe. He crecido en Aluche, al lado de la cárcel de Carabanchel, y supongo que tengo la silueta de la prisión en el fondo de la retina. En el barrio se conocían mucho las historias de los presos, porque sus familiares hacían cola allí mismo para entrar a visitarles y hablaban de lo que pasaba dentro. El caso de Rueda había sido particularmente doloroso, porque había asesinado después de varios días de tortura. Solo tenía 25 años y estaba lejos de casa.

Supongo que ese vínculo es lo que me hizo darme cuenta de lo que estaba leyendo. De lo que había detrás de aquel lenguaje. El informe de Rueda hizo que se me cayesen las lágrimas. Volví a coger la cinta métrica y coloqué aquellos treinta y cinco centímetros sobre mi piel. En mi cuerpo, ocupaban prácticamente todo el abdomen, desde la cadera al pecho. Tuve que dejar de leer.



"No hay huellas de ataduras, por lo que la víctima ha podido intentar defenderse de la lluvia de golpes que ha caído sobre él cubriéndose cabeza y cara con las manos, de ahí las escasas lesiones en el rostro y en la mitad anterior de la cabeza, mientras que están especialmente contusionados e dorso de las manos y el borde cubital de los antebrazos. 

El hecho de que no se aprecie fractura alguna, ni de costillas ni de cráneo y que, pese a ello, se hayan ocasionado contusiones internas en los pulmones y en las meninges indica que el apaleamiento ha sido ejecutado con tecnicismo. Se puede afirmar que no es posible, salvo especial destreza, ocasionar tantas lesiones externas repetando las estructuras óseas subyacentes."


jueves, 17 de julio de 2014

Primer día de experimento: Moscú, la Lubianka, Dora y Discipline


[La Lubianka, en una foto de 1925]



Ellos no saben nada, ellos no te han visto caer de la ventana de Lubianka donde aullabas como aúllan las comadrejas en el parto de la noche. Ellos no te han visto caer de la Lubianka el 7 de mayo de 1925, no te han visto ser arrojado, no han visto tu cabeza estrellarse contra el suelo. Ellos creen saberlo todo de la violencia pero no saben nada porque nunca han sentido latir a la violencia en sus manos ni siquiera han tocado nunca una pistola. La violencia es sagrada, la violencia es sagrada, por eso todos las ansían con desesperación. Ellos no te han visto asesinar con tus propias manos a los veintisiete caimanes que llevaba prendidos en el pelo ellos no te han visto hermoso, violento, adolescente. Ellos no te han visto desobedecer al partido porque no importa nada más que la muerte no lo entienden pero no importa nada más que la muerte ellos no te han visto despreciar la revolución. Ellos no te han visto dibujando los planos de Petrogrado sobre la piel de mi brazo amándome con la fuerza de algún extraño fenómeno natural haciendo que nuestros cuerpos se atraigan de una forma casi cósmica. Eres tan hermoso que Moscú no puede soportar tu belleza y manda a sus perros tras tus pasos eres tan hermoso que nadie puede soportar tu belleza eres el ángel que debe exterminar la belleza del mundo. Ellos no te han visto manejando las formulas alquímicas del incendio asesinando al marido de tu amante cayéndote por las calles de París con los alcoholes de la absenta empapando tus pulmones. Eras tan hermoso con los ojos llenos de nieve con los ojos llenos de atentados celestes con los ojos llenos de muerte. Eras tan hermoso que no pudieron soportar tu belleza y te arrojaron desde la ventana como se arroja a los ángeles y yo ese 7 de mayo de 1925 escuché un golpe y salí a la calle y corrí por las calles de Moscú donde la nieve iba a inundar las aceras durante tres años consecutivos y te busqué por todas las calles pero las calles estaban hechas de caballos amarillos y los que manejan las hoces no abren las puertas a los amantes de la desesperación. Me arrodillé y mis pies se hundían en la nieve y tu cadáver se hundía en la nieve y tus ojos eran tan hermosos llenos de nieve. Los hubiese matado a todos, hubiese matado a todos los bolcheviques, a todos los revolucionarios, a todos los proletarios a todos los miembros del partido. 



[Este texto es un juego. En realidad todos los textos lo son, pero éste quizá de forma más consciente. Empecé hace unos días. El juego consiste en escoger a un personaje y una canción o una pista musical. Durante el tiempo que dura la música, hay que escribir como si fuésemos ese personaje, como si estuviésemos dentro de su cerebro. Escribir sin pensar ni detenerse con la puntuación o la gramática. De la forma más automática posible. Cuando acaba la música, el texto no se puede volver a tocar. El de arriba es el primer texto que hice. Como personaje escogí a Dora, integrante del grupo terrorista al que pertenecía Boris Savinkov. Ya sé que he hablado de Savinkov hasta el cansancio, pero para la primera vez que hacía el experimento me resultaba fácil. Como pista musical escogí "Discipline", de Silent Servant]