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miércoles, 7 de noviembre de 2012

los poemarios que me han hecho estallar el cerebro

[Miguel Hernández]





Hace unos días, un amigo me pidió que le recomendase algún libro de poesía. Uno de esos que te estallan en el cerebro como los fuegos artificiales o la metralla. Que hacen que quieras seguir escribiendo pero a la vez te dejan hecha polvo porque sabes que tú nunca podrás hacer algo tan bueno. Le di un montón de nombres y de títulos según me iban viniendo a la cabeza, pero en casa me di cuenta de que no le había hablado de otros muchos. Así que decidí hacer una lista para poder ordenarlos mentalmente y para intercambiar recomendaciones con todo el que quiera.

1. Viento del pueblo, Miguel Hernández (Cátedra). Hay hilos extraños que nos unen con personas desconocidas, y a mí siempre me pasó eso con Miguel Hernández. He tenido un póster suyo durante años en mi cuarto, que iba cambiando de casa en casa hasta que decidí dejarlo en una de ellas. Recuerdo que lo compré en un homenaje a las Brigadas Internacionales, pero le recorté la bandera republicana que había en una esquina porque nunca creí en que cambiar una forma de Estado por otra fuese a solucionar nada. Si tuviese que elegir un solo libro que salvar de la hoguera, sería Viento del pueblo, y puede que algún día tengamos que hacerlo.

2. Poemas 1917-1930, Vladimir Mayakovski (Visor). A Mayakovski también lo leí pronto, con quince o dieciséis, y recuerdo la electricidad al ir pasando las páginas. Versos cortos y descolocados que hacían pensar en escaleras. También recuerdo la primera vez que vi una fotografía de él. Con Hernández tuve la sensación de conocerle, pero con Mayakovski pensé que él me conocía a mí.

3. Poesía completa, Leopoldo María Panero (Visor). Uno de los mejores poetas vivos que tenemos. Hipnótico, perturbador, delirante. Fuegos artificiales estallando dentro de un túnel.

4. Poeta en Nueva York, Federico García Lorca (Cátedra). Había leído mucho de Lorca hasta llegar a Poeta en Nueva York. Me había gustado, pero nunca lo había sentido estallar dentro de mí. Hasta que leí este libro. Recuerdo subrayar algunos versos hasta dos y tres veces, y recuerdo haber soñado con Lorca caminando en círculos y repitiendo "estoy enterrado aquí, estoy enterrado aquí".

5. Trilce, César Vallejo (Cátedra). Me es difícil contar las sensaciones que me produjo Trilce. Supongo que tiene que ver con laberintos, con imágenes distorsionadas, con caleidoscopios.

6. La casa roja, Juan Carlos Mestre (Calambur). Mestre ha sido un descubrimiento de hace poco,  y todavía siento el libro vibrar en las manos. Otro de los mejores poetas vivos que tenemos. Cada vez que lo releo me siento a escribir durante horas, como si el libro fuese una lámpara que ilumina zonas oscuras.

7. Una temporada en el infierno, Arthur Rimbaud (Hiperión). Con Rimbaud también soñé después de leer sus poemas. Soñé que era un ángel, pero que tenía las alas membranosas como los insectos y no masticaba la comida. Durante un tiempo no volví a releer nada de él, me saturaba todo el abuso que hay en torno a su imagen. Después pensé que no era culpa suya, que él al fin y cabo ni siquiera masticaba la comida.

8. Buffalo Bill ha muerto, E.E Cummings (Hiperión). Siempre he pensado que Cummings era un poeta injustamente olvidado, que su poesía rebelde y experimental y rupturista merecía algo más de atención. Aunque quizá sea mejor así.

9. El matrimonio del cielo y el infierno, William Blake (Hiperión). A Blake creo que todavía no le he asimilado lo suficiente, que mi historia con él aún no está terminada. Lo voy encontrando en distintos sitios, como si no supiese leer las señales. Ayer escribí unas líneas sobre él en una reseña que saldrá el viernes, y me lo imaginé rezando de rodillas por la llegada de un santo salvaje y caníbal que sin embargo ya había nacido y tenía 22 años.

10. Hijos de la ira, Dámaso Alonso (Espasa). Hijos de la ira fue otra de mis primeras lecturas. Este verano lo releí y seguí sintiendo lo mismo, aquella decepción y aquella violencia animal. Al fin y al cabo, Madrid sigue siendo una ciudad de un millón de muertos.

11. Aullido, Allen Ginsberg (Anagrama) Otro autor demasiado explotado, como la mayor parte de la generación beat. Aún así, doloroso y brillante como todos los grandes poetas.

12. Fámulo, Francisco Ferrer Lerín (Tusquets) Otro descubrimiento muy reciente. Había dejado un poco abandonada la poesía porque llevaba mucho tiempo sin encontrar nada que me estallase entre las manos, y entonces me descubrieron a Ferrer Lerín. Tuve suerte.


[en la biblioteca del blog se pueden encontrar para descargar "Viento del pueblo", "Trilce", "Poeta en Nueva York", "Una temporada en el infierno", "El matrimonio del cielo y el infierno", "Hijos de la ira" y "Aullido"]

sábado, 5 de noviembre de 2011

La ciudad es un jardín de clavículas: y la primavera me dio la risa horrenda del idiota



Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas.- Y la encontré amarga.- Y la injurié. Conseguí disipar en mi espíritu todo resto de humana esperanza. Sobre todo alegría, para estrangularla, realicé el salto sigiloso de la fiera.

Llamé a los verdugos para así morir mordiendo la culata de sus fusiles. Llamé a las plagas para así poder ahogarme en la arena, en la sangre. La desdicha fue mi dios. Me revolqué en el fango. El aire del crimen me secó. Se la jugué a la locura. 

Y la primavera me dio la risa horrenda del idiota. 

Arthur Rimbaud
Una temporada en el infierno