lunes, 29 de septiembre de 2014

Divagaciones raras después de ver "Calígula", de Camus.





Leo bastante teatro, pero casi nunca voy a ver obras. En comparación con otras formas de ocio, no me parece que sea caro pagar entre 15 y 20 euros por ver a varios actores sudando sobre el escenario durante dos horas, pero para mí es cara cualquier cosa que sobrepase los cuatro euros. Cuando voy, generalmente es porque me invitan o porque he ahorrado durante semanas, así que elijo muy bien las obras. La semana pasada fui a ver "Calígula", de Albert Camus. En Madrid han coincidido dos obras de Camus casi a la vez en cartel. Una era ésta, la otra "Los justos". Si solo me hubiese guiado por el texto original, habría escogido la segunda sin ninguna duda. He sido tan pesada con Savinkov por aquí que creo que cualquiera que me haya leído alguna vez ya sabe lo que significa para mí, y "Los justos" es en gran medida la adaptación al teatro de los diarios de Savinkov. Sin embargo, al final no elegí esa. El montaje que se está representando en Madrid ha optado por trasladar la acción a los años setenta y hacer que los protagonistas sean miembros de ETA. Es decir, en lugar de un grupo nihilista de la Rusia de finales del XIX, los protagonistas de la obra son un comando etarra en plena Transición. Estoy hablando sin haber visto el montaje, pero de entrada la idea no me gusta. En general, me cuesta entender por qué modificar el texto original del autor, y en particular, tengo muchos prejuicios ideológicos con todo lo que está ambientado en la Transición. Salvo honrosas excepciones, me da la sensación de que no son más que intentos por apuntalar el anclaje democrático de un régimen construido a base de cadáveres, pero esa es otra historia. La versión de "Calígula" respetaba el texto íntegro del autor, así que me decidí por esa.

No sé muy bien cómo explicar lo que me pasa cuando voy al teatro. Es como una especie de trance, como uno de esos estados místicos. Me pasó con "Marat-Sade", con "Así es si así os parece", con "Un enemigo del pueblo", con "Esperando a Godot", con "Las criadas". No puedo apartar la vista del escenario. Es algo así como un estado de hipnosis. Cada vez que salgo de ver una de esas obras, tengo unas ganas brutales de escribir teatro. No creo que pueda haber nada comparable a ver algo que hayas escrito tú interpretado por actores de verdad, y siempre he creído que el teatro tiene mucha más potencia que el cine en muchos sentidos. Es como si la pantalla crease una distancia que no se puede salvar. Si alguna vez habéis visto un ahorcamiento o un fusilamiento en una obra de teatro, sabréis a qué me refiero. En el cine puedes meter todos los efectos especiales que quieras, simular la sangre, reproducir el crimen de forma casi perfecta. Pero no hay nada comparable a verlo en un teatro. A ver ahorcada a una persona real allí delante tuya, a solo unos metros. 

Después de la euforia inicial viene el pudor, la certeza de que nunca vas a poder escribir así. Supongo que saber eso deja cierta tristeza, pero en realidad no tiene la más mínima importancia. Camus ya escribió la obra que había que escribir. O al menos, la que yo necesitaba ver. 



"CALÍGULA. Bueno, pues tengo un plan que proponerte. Vamos a revolucionar la economía política en dos tiempos. Te lo explicaré, intendente..., cuando hayan salido los patricios. 

Los Patricios salen. 
Calígula se sienta junto a Cesonia.

CALÍGULA. Escúchame bien. Primer tiempo. Todos los patricios, todas las personas del  Imperio que dispongan de cierta fortuna —pequeña o grande, es exactamente lo  mismo— están obligados a desheredar a sus hijos y testar de inmediato a favor del Estado. 
EL INTENDENTE. Pero César... 
CALÍGULA. No te he concedido aún la palabra. Conforme a nuestras necesidades, haremos  morir a esos personajes siguiendo el orden de una lista establecida arbitrariamente.  Llegado el momento podremos modificar ese orden, siempre arbitrariamente. Y heredaremos. 
CESONIA (apartándose). ¿Qué te pasa? 
CALÍGULA (imperturbable). El orden de las ejecuciones no tiene, en efecto, ninguna  importancia. O más bien, esas ejecuciones tienen todas la misma importancia, lo que demuestra que no la tienen. Por lo demás, son tan culpables unos como otros. (Al intendente, con rudeza.) Ejecutarás esas órdenes sin tardanza. Todos los habitantes de Roma firmarán los testamentos esta noche, en un mes a más tardar los de provincias. Envía correos. 
EL INTENDENTE. César, no te das cuenta... 
CALÍGULA. Escúchame bien, imbécil. Si el Tesoro tiene importancia, la vida humana no la 
tiene. Está claro. Todos los que piensan como tú deben admitir este razonamiento y considerar que la vida no vale nada, ya que el dinero lo es todo. Entretanto, yo he  decidido ser lógico, y como tengo el poder, veréis lo que os costará la lógica. Exterminaré a los opositores y la oposición. Si es necesario, empezaré por ti."

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