martes, 1 de julio de 2014

El musgo es fresco y carece de memoria: "Animales de vidrio"



Hace casi un año, Almudena Vega me pidió que escribiese el prólogo para el poemario que iba a publicar. Escribir prólogos es de las cosas que más respeto me dan, porque me parece una responsabilidad tremenda. Tienes que introducir al lector en una obra que no es tuya, e inevitablemente, eso va a condicionar su lectura. A veces no sale del todo mal, pero hay muchas posibilidades de que no funcione. Quizá por eso la única opción es hablar de tu lectura personal, de cómo se te metió el libro dentro, de por qué acabaste sintiéndolo como algo tuyo. Al menos, esa es la única opción de la que yo me sentía capaz con el libro de Almudena delante. No voy a copiar el prólogo entero porque el post acabaría siendo demasiado largo, pero sí quería poner el fragmento en el que hablo de los efectos que tuvieron sobre mí los poemas de Almudena, desde el primero que leí y que está transcrito a continuación. Ahora los releo y me doy cuenta de que no me he recuperado.


Era todo lo frágil

Llevaba el pelo recogido con huesos de pájaro.
Señor, no llevaba vestido ni lazos
porque era un animal de vidrio.
Su collar era una arteria que goteaba,
era todo lo frágil, señor, sus manos
eran la levedad de la hoja. Sus zapatos eran
cortezas de abedules. Llevaba algo muerto entre sus 
brazos cuando me dijo:

Soy un mausoleo de mí misma. 


"Recuerdo la primera vez que leí Animales de vidrio. Era una tarde de invierno en Asturias, de esas en las que las paredes vegetales del valle se vuelven asfixiantes. Como si al caer la noche las plantas compitiesen con nosotros por el oxígeno y nos dejasen sin aire. Como si supieran que tememos los límites del bosque y no nos adentramos en ellos cuando llega la oscuridad. Recuerdo haber abierto el documento que me había llegado por correo electrónico y haber leído un único verso, el primero de los que componen el poemario. Y recuerdo el escalofrío, la sensación de vidrio recorriendo la nuca, el frío metálico del bisturí: Llevaba el pelo recogido con huesos de pájaro. Desde el primer verso supe de las autopsias que recorrían el poemario, de las manchas de humedad que lo llenaban. Y no me equivocaba.

Animales de vidrio está compuesto de poemas-vértebra. de versos cosidos unos a otros con suturas diminutas, como cicatrices invisibles que solo se perciben cuando se pasan los dedos por encima. Los poemas de Almudena tienen algo de vegetal porque las vértebras de la belleza están cubiertas de enredaderas: Mi rostro se consume en el tronco de algún árbol/ se arrastra el aire, desdentado y crudo, entre los huesos. Hay algo de vegetal pero también algo animal, algo que late y supura y está caliente. Algo que respira. Los versos de Animales de vidrio se me quedaron dentro desde el principio, pero quizá no eran esporas. Quizá eran insectos. Poemas-larva que crecen debajo de la piel. Quizá la belleza no sea más que un gran insecto. Un insecto con el caparazón duro y frío como el vidrio pero con las entrañas calientes como las de cualquier otro animal."




[El título del post es un verso de Jorge Reichmann que Almudena cita en su libro]


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