miércoles, 13 de noviembre de 2013

de cómo Elisa Fuenzalida escribió un manual de autoterrorismo y lo siguió a rajatabla




Hay un momento de Buscando la felicidad de la manera equivocada en el que la autora describe el viaje en autoestop desde algún punto de Holanda a la ciudad alemana de Leipzig. Cuenta la sensación pastosa de peligro que se queda en la boca cuando subes al coche de un desconocido que sonríe demasiado, las horas perdidas en gasolineras y áreas de servicio, la desconfianza en el ser humano que se te instala en algún lugar entre el cerebro y los pulmones. Leo ese capítulo y pienso que eso es lo mejor y lo peor del libro de Fuenzalida: que es real. Que escribe como si estuviésemos tomando una cerveza en los escalones de la plaza del Dos de Mayo, como si fuera lunes y la resaca no nos hubiese dejado ir al trabajo pero tampoco importase mucho porque perder ese trabajo era lo mejor que podía pasarnos. 

Leo ese capítulo y no puedo evitar acordarme del viaje en autoestop por Noruega en el verano del 2007, y sé que todo lo que dice Elisa es real. Los países nórdicos siempre me han inspirado desconfianza, pero la realidad fue mucho peor. Aprendí que los únicos que te dejan subir al coche son los inmigrantes, y que cuanto más viejo fuese el coche más posibilidades tenías de montar. Los noruegos oscilaban entre un desdén educado y los insultos racistas que nos gritaban en inglés para que pudiésemos entenderlos. El verano siguiente tocó Francia y la situación no fue mucho mejor, aunque habíamos aprendido que los coches particulares no merecían la pena, porque los camioneros portugueses eran mucho más simpáticos y te hacían muchos más kilómetros. En realidad creo que lo que aprendimos fue que Europa no merecía la pena, que la idea de una unión europea era un montaje absurdo y que todos estaban deseando encender de nuevo las cámaras de gas. 

Hay otros episodios de la vida de Elisa que no he vivido -sobrevivir en la calle, ser internada en una cárcel de menores, heredar una colección de escarabajos-, pero no importa, porque basta con lo que ella cuenta para saber que son verdad. Que podrían haber sucedido de muchas formas pero que sucedieron así, a medio camino entre lo épico y lo absurdo, que es como suceden la mayoría de las cosas. Leo el libro de un tirón y me quedo con ganas de más, quizá por esa sensación de intimidad que crea Elisa, como si fuese una amiga que te ha dejado a medias contándote algo después de un montón de meses sin verla. Como si te estuviese dictando un manual de terrorismo aplicado a uno mismo. O un recuento paranoico de sus estados de Facebook. O un registro de golpes y caídas. 

2 comentarios:

  1. De nuevo gracias por la reseña, tienes la virtud de sugerir textos a los que yo creo que sólo accedo a través de este blog. Yo viví algo de todo esto, así que deberé leerlo...

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  2. Comparto el comentario de Lluís ( se que meda permiso, espero ).
    Me fascina el libro y tu manera de comentarlo.
    Mi viaje a otro pais : Donostia y algo más lejos ,Ifssel ( Nederland ).Sin duda diferentes de cuando fui a Mexico ( pronunciado mejico , no al reves , que rabia me da ) y en todos sitios me senti extraño aún siendo ciudadano del mundo en el ampliosentido libertario. Gracias de nuevo ,querida Layla.

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