miércoles, 18 de septiembre de 2013

sobre los extraños mecanismos que anidaban en la cabeza de Tod Browning

[Tod Browning con algunos de los actores de "La parada de los monstruos"]



Si tuviese que elegir a diez personas para que regresasen de entre los muertos, una de ellas sería sin duda Tod Browning. No recuerdo dónde lo leí o quién me lo contó, pero antes de conocer su historia, ya sabía que Browning había trabajado durante varios años en uno de esos circos que recorrían Estados Unidos llevando de un lado para otro toda una colección de monstruosidades humanas. También sabía que Browning se había escapado de su casa para unirse al circo con solo dieciséis años. Cambió el coro de la catedral de Lousville por el circo de monstruos, aunque en realidad no me parece un paso tan ilógico, porque la monstruosidad adquiere las más diversas formas y anida en los rincones más oscuros. 

Lo que no sabía es qué hacía Browning en aquel circo, cómo se ganaba la vida. En Monster show. Una historia cultural del horror, David J. Skal cuenta que el director de cine desempeñó prácticamente todos los oficios existentes en el circo, desde charlatán a contorsionista. Sin embargo, el que le daría fama y reconocimiento por todo el país fue el número que desarrolló con veinte años, después de llevar varios con el circo. Por un precio de 25 centavos, uno podía contemplar el enterramiento de Mr. Tod Browning (que había fallecido inesperadamente la noche anterior) y recibir además una entrada para asistir a la exhumación y resurrección de su cadáver, que se produciría la noche siguiente. Browning era enterrado durante veinticuatro horas, y al cabo de ese tiempo, le sacaban para representar su espectacular regreso de entre los muertos. El entierro no era una farsa: Browning era introducido en un ataúd que estaba preparado con un sistema de ventilación que le permitía disponer de aire del exterior y que contaba con un doble fondo en el que había agua y comida. Skal recoge algunos fragmentos de una entrevista al director en la que habla de esta etapa de su vida. En ella. Browning decía que la primera vez había sido la peor - "Cuando oí la tierra golpeando contra la tapa, me eché a temblar"-, pero que luego había llegado a disfrutar del confinamiento, porque las horas que pasaba enterrado eran especialmente productivas desde el punto de vista mental. 

Desde que leí el libro hace unos días no puedo dejar de pensar en esa frase en la que Browning dice que esas horas eran especialmente productivas. Me pregunto qué pensaría. Qué mecanismos se activan en la mente de una persona que ha sido enterrada viva. Qué extrañas ideas rondan por la cabeza de los muertos. 

3 comentarios:

  1. Puede que tuviera agua, comida, y la tranquilidad de que regresaría a la superficie, pero la claustrofobia que debió sentir no se la quita nadie. Yo creo que pudo ser una gran experiencia de recogimiento personal para él, envuelto en el silencio más absoluto, algo casi místico…
    Hace poco, leyendo una novela muy recomendable, tropecé con un circo freak al estilo de la troupe de Browning, y me hizo recordar esta inolvidable película: “El cantante de Gospel” – Harry Crews.-

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