sábado, 28 de septiembre de 2013

de aquellos que se resisten a obedecer a su destino



Hay vidas que merecen ser vividas varias veces. O una sola vez pero por muchas personas diferentes. Si esto último fuese posible, una de las vidas que yo elegiría vivir sería la de Albert Libertad. No porque fuese fácil, que no lo fue, sino porque siempre he sentido debilidad por la gente que ha hecho lo que ha querido, a pesar incluso de sí mismo. De hecho, si Libertad hubiese sido mínimamente respetuoso con su destino, habría muerto de hambre con apenas 20 años en alguna calle de París, mientras mendigaba para lograr aguantar un día más. Es posible incluso que hubiese muerto mucho antes, cuando la polio le hizo perder la movilidad en las piernas porque en el orfanato donde vivía los niños no tenían derecho al lujo de la asistencia médica. 

Pero a pesar de todo, Libertad sobrevivió, y, mientras mendigaba y se moría de hambre en algún callejón, uno de los miembros del periódico Le Libertaire decidía acogerlo en la redacción del periódico. Allí vivió durante varios meses, codeándose con activistas como Louise Michel, heroína de la Comuna de París, o Sébastian Faure, que había evolucionado desde el socialismo al anarquismo. Aunque tenía estudios elementales, en la redacción de Le Libertaire sería donde aprendería a escribir los artículos que le harían famoso y donde desarrollaría las dotes oratorias que harían que sus mítines estuviesen siempre repletos. De hecho, estos mítines acabarían convirtiéndose en actividades desestabilizadoras y subversivas por sí mismas, lo que tendría como consecuencia que muchos de ellos fuesen interrumpidos y disueltos por la policía. Lejos de intentar marcharse, Libertad solía acabar encabezando el enfrentamiento contra los gendarmes, lo que hizo que no tardase en convertirse en un viejo conocido de la policía. Al fin y al cabo, la cojera que le obligaba a llevar alzas y dos muletas y el aspecto desaliñado de las túnicas con que solía vestirse le hacía fácilmente reconocible. 



Sin embargo, a pesar de sus evidentes limitaciones, Libertad no fue una persona sombría ni oscura. Para él, la revolución social debía ser ante todo una revuelta, un asalto a la normalidad. Buena parte de su militancia política consistía en la celebración de fiestas, bailes y excursiones al campo, y se jactaba de que todas las mujeres con las que había estado eran "inteligentes, hermosas y anarquistas". Ya lo dijo Víctor Serge: "le gustaba la calle, la muchedumbre, la gresca, las ideas, las mujeres". De todas ellas, quizás las más importantes fueron Anna y Amandine Mahé, con las que fundaría y dirigiría el semanario de culto 
L´Anarchie y con las que mantendría una relación sentimental de la que nacerían dos hijos.  

Libertad se resistió a su destino todo lo que pudo, pero éste acabó venciéndole. El 13 de noviembre de 1908, con 32 años, murió en el hospital de Laboisière como consecuencia, al parecer, de la agresión salvaje de unos policías a la salida de una charla. No era la primera vez -algunos años antes, varios gendarmes le habían abandonado en la calle dándole por muerto después de una paliza-, pero sería la última. 



[Algunos de los artículos que escribió Albert Libertad a lo largo de su vida pueden encontrarse traducidos al castellano en el libro "La ficción democrática" (La linterna sorda, 2013), hasta el momento el único que incluye textos de este autor]

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