martes, 10 de septiembre de 2013

como cuando estás sentado al borde de la cama y tienes la sensación de que va a salir una mano de debajo y te va a agarrar el tobillo




En Monster show. Una historia cultural del horror (Valdemar, 2008), David J. Skal desarrolla una teoría muy interesante para explicar las fascinación colectiva por los productos culturales relacionados con el terror, la sangre y la violencia. Para él, el éxito de este tipo de productos se debe a que sirven como catalizador de los miedos y las fobias de la sociedad, que los utiliza como una forma de dar salida al terror y la violencia de la vida real. En los periodos históricos en que esa violencia es más cercana, por ejemplo durante una guerra, el cine y la literatura de terror ocupaban un lugar más central en la cultura, ya que la sociedad necesita más que nunca algo que actúe como catalizador de sus fobias. De esta forma, se puede trazar un paralelismo entre los sucesos históricos que vive una sociedad y la cantidad y tipo de productos culturales relacionados con el terror que desarrolla. De hecho, lo que hace Skal en su libro es explicar la historia del cine de terror a partir de los sucesos históricos a los que sirvió como catalizador. Por ejemplo, los inicios de este género no pueden explicarse sin los rostros mutilados y deformes de los soldados que regresaban de la I Guerra Mundial. Estas imágenes, que impregnarían la conciencia colectiva de la sociedad americana, explicarían el éxito de películas como Garras Humanas o La parada de los monstruos, ambas de Tod Browning, en la que los seres deformes y amputados eran los protagonistas indiscutibles de la cinta. Otros ejemplos claros serían la aparición de las películas de zombis cuando comienza a desarrollarse la sociedad de consumo, la coincidencia entre la explosión del fenómeno ovni en el cine y la Guerra Fría o la relación entre la aparición del VIH y la renovación del interés por los vampiros que se produjo en aquel momento.

Aunque Skal se centra sobre todo en el cine, yo creo que esta hipótesis es extensible a otros campos como la literatura. Creo que una novela de terror es buena cuando es capaz de captar las fobias colectivas y reflejarlas metafóricamente. Si las refleja de forma fiel a la realidad, pierde su capacidad de aterrorizar, porque se convierte en algo que conocemos y que puede generarnos malestar, pero no terror. Sin embargo, si esas fobias subyacen en el tejido de la novela, si la novela es una metáfora de esas fobias que solo están insinuadas, es cuando la historia consigue transmitirnos esa sensación de inquietud que es propia de este género. De hecho, creo que puede ser un buen criterio para analizar la calidad de una obra literaria de terror. O, al menos, para explicar por qué algunas de ellas consiguen transmitirnos sensaciones mucho más fuertes que otras.



Uno de los libros que más me ha gustado últimamente dentro de la temática del terror es Todo irá bien, de Matías Candeira (Salto de Página, 2013). Todo irá bien es un conjunto de relatos que giran en torno a una idea del terror basada en lo cotidiano. Es decir, no hay invasiones alienígenas, escenarios distópicos del futuro ni plagas capaces de provocar horribles mutaciones. Para qué. La vida ya es bastante terrorífica de por sí, dice Candeira. El horror aparece en las esquinas muertas de la narración, en aquello que ha sucedido antes  de que comenzase el relato y que los lectores no hemos podido ver. Los personajes de Candeira van revelando con cuentagotas lo que ha sucedido, van iluminando poco a poco determinadas zonas, pero dejan en penumbra todo lo demás. Y esa penumbra es donde habitan nuestros peores temores. Es como si, en cada relato, Candeira se hubiese dedicado a cavar zanjas y nos obligase a andar entre ellas. Como cuando estás sentado al borde de la cama y tienes la sensación de que va a salir una mano de debajo y te va a agarrar el tobillo. 

Si lo pensamos, esta forma de crear terror funciona especialmente bien en un momento histórico como el actual. En unas circunstancias en las que la mayoría de la gente no tiene la posibilidad de planear qué va a suceder mañana (me despedirán o no, me desahuciarán o no) la incertidumbre de los relatos de Todo irá bien resulta especialmente efectiva para generar terror. Es decir, de alguna manera, Candeira ha conseguido captar muchas de las fobias colectivas actuales y utilizarlas para hacer que sus relatos funcionen, para que sean capaces de provocarnos angustia e inquietud. De hecho, cuando abandona esa fórmula en el último relato, el resultado no es tan efectivo, porque tenemos la sensación de ir por un camino mucho más conocido. Porque, de alguna manera, desconecta de todas esas fobias sociales que laten en el fondo de nuestro cerebro. Esto no quiere decir que el último relato sea malo, sino que no está tan ligado con los terrores que anidan en el inconsciente colectivo. En conjunto, el libro funciona a la perfección, como una maquinaria de relojería. Tic-tac. Tic-tac.   



9 comentarios:

  1. Me permití enviarte este poema de terror cotidiano y existencial, pues veo que te gusta el tema:
    http://paradojasdelconserje.blogspot.com.es/2013/07/debajo-de-la-cama.html

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    1. DEBAJO DE LA CAMA


      Debajo de la cama
      vive
      un muerto
      pero cuando miras debajo
      solo hay
      un calzoncillo.

      No te engañes.
      El muerto estará ahí
      toda la noche
      mientras sueñas con el pulpo gigante
      que destruye la ciudad,
      con el incendio del hogar
      donde tu padre se asa como un pollo.

      Un muerto vivirá
      bajo tu cama
      toda la vida.
      Creerás que está dormido
      pero un día surgirá
      su garra helada
      y te llevará con él aullando
      a lo más oscuro.


      © José María Martínez / Tive

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    2. El poema es muy bueno! Felicidades... Y realmente muy oportuno, como hecho a propósito para ilustrar el texto.

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    3. Gracias!!! Estoy intentando volverlo canción con mi parceira Kali Ce. Será en portugués.

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  2. Ligotti (que sigo releyendo) cuenta lo que para él es el esqueleto del cuento de terror:
    "Un hombre se despierta en medio de la oscuridad y alarga el brazo para coger las gafas de la mesilla. Alguien o algo coloca las gafas en su mano".
    El libro que citas me irá muy bien, porqué llevo tiempo dándole vueltas a la idea de un terror gótica pero contemporáneo, que conecte con nuestros miedos ancestrales y a la vez con la realidad de hoy -que da bastante miedo y nos ofrece temas e imágenes sin cesar.

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  3. Huuuuaaauuuuu. Yo he tardado muchos años en comprenderlo, en comprenderme. Y ahora David J.Skal lo explica (y tú nos lo cuentas) así tan sencillo y tan claro. Desde pequeña tengo ataques de pánico paranormales. Durante muchos años, no podía dormir sola en casa. Terminé en muchas camas para no encontrarme a solas con mis monstruos. Mi infancia estuvo acechada por la violencia de seres muy concretos y encarnados que socialmente tenían dominio sobre mí vida: mi padre y la policía. Pero el miedo a su violencia no podía vivenciarlo porque era real y yo tenía que mantenerme fuerte. Tardé en comprender que para no explotar por dentro, mi cuerpo transfirió el terror hacia peligros que no me amenazaban. Saberlo me ha reconciliado con mi vida, con mi pasado y con mis monstruos.
    Mucho se ha acusado mediática y estúpidamente al cine de terror y al porno de generar violencia. Claro, la violencia hegemónica no está en las calles y en las casas, sino en las pantallas. Que necesario leer algo diferente.
    xxxxxxxxxxxxxxx

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    1. Es posiblemente eso que cuentas... y se agradece leer algo así, sutilmente escrito en un comentario a un blog...

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    2. Luis Alberto de Cuenca tiene un poema muy bueno al respecto:

      TERROR QUE SALVA

      El terror está ahí fuera, donde comienza el mundo
      y termina la paz augusta de los libros,
      en las espesas sombras de las que se compone
      la realidad. Y sólo podemos superarlo
      por medio del terror fantástico, ese género
      literario que sirve de refugio seguro
      frente a las inclemencias del exterior, la llave
      que nos abre la puerta del consuelo, la única
      barricada posible contra el miedo de ahí fuera.
      Y ese terror ficticio no nos atemoriza
      ni nos llena de angustia, sino que nos defiende
      del otro, del real -de la vida-, y nos salva.

      (L.A. de Cuenca, "La vida en llamas")

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