jueves, 23 de mayo de 2013

poemarios que son radiografías// "Estoy gritando", de María Sotomayor



Hace unos días, Canalla Ediciones publicó uno de esos libros-nudo que se te quedan en los pulmones. De esos que hacen que te cueste respirar. La autora es María Sotomayor, de la que ya hablé hace unos meses para contar por qué leía su blog casi a diario. Después de aquello, pude leer el manuscrito de María, y era aún mejor que lo que conocía de ella hasta entonces. Me pidió que hiciese el prólogo y esto es lo que escribí: 



"Hay poemarios que son radiografías. Radiografías de las ciudades hechas de huesos que tenemos bajo los músculos. De las estructuras arquitectónicas que forman las clavículas y las vértebras debajo de la piel. Mapas de las ciudades que solo conocen los forenses, que se despliegan cuando se introducen las sierras que abren el esternón en la mesa de autopsias. Ciudades que nunca ven la luz, excepto bajo los cortes quirúrgicos de los escalpelos. Hay poemarios que son radiografías porque hablan del blanco de los huesos pero también del vacío, de los huecos que deja la ausencia de la carne. Poemarios que cuando son puestos al trasluz revelan la oscuridad de la que estamos hechos, la que late bajo el contorno tenue de la piel, la que podemos entrever cuando nos asomamos a una garganta o tiramos una moneda al fondo de los pulmones. Pongo el poemario de María al trasluz de una ventana y veo esa oscuridad que tenemos dentro y que no puede ser iluminada, esas ciudades oscuras que carecen de candiles. Veo la blancura de las arquitecturas, el resplandor de la piel, el peligro de las tumoraciones y las metástasis, la fractura de los huesos, el dolor de los vacíos desprovistos de músculos.

María conoce bien esa oscuridad, por eso escribe poemas que no están hechos de luz, porque la luz es lo más parecido a la muerte o a los ángeles para los habitantes de los nidos subterráneos. Por eso escribe poemas que en realidad son oraciones o ritos o súplicas: alguna vez/ después de amar a hombres mediocres/ lloré lo terrible de la carne. Hay algo frío en sus poemas, algo helado y cruel y desprovisto de delicadeza que me hace pensar en el viento y en las tormentas, en el peso del invierno cayendo sobre las casas de los durmientes. Pero a la vez hay algo terriblemente cálido, algo animal y feroz y salvaje como la leche derramada. Algo tibio que está sobre todo en los poemas que dirige a su madre, llenos de preguntas que cortan y queman y duelen: madre/ ¿limpiarás mis cenizas/ cuando ya todo/ sea tan insoportable?. Las madres han visto demasiada pureza. Han visto la oscuridad que tenían atrapada en el vientre, han oído sus latidos. Por eso tiene la muerte en el dorso de las manos, por eso pueden hablar de la belleza: y yo no sé entonces hija/ ni del viento ni de sus estaciones,/ yo no sé herirme de tu culpa/ para curarte lo feroz de la belleza.

Recuerdo que la primera vez que leí el poemario pensé que María había hecho un acto cruel al escribirlo. No se debe hablar de la oscuridad a quienes no la han conocido, a quienes cierran los ojos cuando cae la noche y no sospechan que la calma está hecha de tempestades, que el invierno está hecho de una sucesión infinita de veranos excesivamente cálidos. Recuerdo que pensé que María había hecho una trenza con los cabellos que crecen al borde de los caminos y me la había colocado alrededor del cuello. Luego me había ahorcado con ella. Su poemario es una trenza hecha de cabellos quebradizos como las alas de los insectos, de poemas engañosos como el calor de los invernaderos. Engañosos porque entran despacio y parecen suaves y tibios, pero luego se quedan dentro y no podemos sacarlos. Yo los tengo dentro, lo sé porque oigo sus murmullos, porque los escucho ocupar huecos que antes estaban repletos de músculos o de huesos o de arterias. María ha hecho un acto cruel al escribir este poemario, pero es que la belleza no puede ser otra cosa que cruel. La belleza no puede ser cálida ni suave ni agradable. La belleza solo puede ser terrible, como la pureza o la calma. Por eso quien elige la belleza elige la crueldad, quien elige escribir desde dentro elige escribir poemas dolorosos. Es el precio.

Después de leer el poemario de María, solo espero que nunca tengan que volver a hacerme una radiografía. Estoy segura de que los médicos serían incapaces de comprender los resultados. Estoy segura de que las arquitecturas se han desecho, de que los vacíos y los huecos han sido llenados por los poemas-cabello de María. A vosotros también os pasará. Lo entenderéis cuando acabéis de leerlos.


Layla Martínez

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