Hace unos días, Canalla Ediciones publicó uno de esos libros-nudo que se te quedan en los pulmones. De esos que hacen que te cueste respirar. La autora es María Sotomayor, de la que ya hablé hace unos meses para contar por qué leía su blog casi a diario. Después de aquello, pude leer el manuscrito de María, y era aún mejor que lo que conocía de ella hasta entonces. Me pidió que hiciese el prólogo y esto es lo que escribí:
"Hay poemarios que son radiografías. Radiografías de las
ciudades hechas de huesos que tenemos bajo los músculos. De las estructuras
arquitectónicas que forman las clavículas y las vértebras debajo de la piel.
Mapas de las ciudades que solo conocen los forenses, que se despliegan cuando
se introducen las sierras que abren el esternón en la mesa de autopsias.
Ciudades que nunca ven la luz, excepto bajo los cortes quirúrgicos de los
escalpelos. Hay poemarios que son radiografías porque hablan del blanco de los
huesos pero también del vacío, de los huecos que deja la ausencia de la carne.
Poemarios que cuando son puestos al trasluz revelan la oscuridad de la que
estamos hechos, la que late bajo el contorno tenue de la piel, la que podemos
entrever cuando nos asomamos a una garganta o tiramos una moneda al fondo de
los pulmones. Pongo el poemario de María al trasluz de una ventana y veo esa
oscuridad que tenemos dentro y que no puede ser iluminada, esas ciudades
oscuras que carecen de candiles. Veo la blancura de las arquitecturas, el
resplandor de la piel, el peligro de las tumoraciones y las metástasis, la
fractura de los huesos, el dolor de los vacíos desprovistos de músculos.
María conoce bien esa oscuridad,
por eso escribe poemas que no están hechos de luz, porque la luz es lo más
parecido a la muerte o a los ángeles para los habitantes de los nidos
subterráneos. Por eso escribe poemas que en realidad son oraciones o ritos o
súplicas: alguna vez/ después de amar a hombres mediocres/ lloré lo terrible
de la carne. Hay algo frío en sus poemas, algo helado y cruel y desprovisto
de delicadeza que me hace pensar en el viento y en las tormentas, en el peso
del invierno cayendo sobre las casas de los durmientes. Pero a la vez hay algo
terriblemente cálido, algo animal y feroz y salvaje como la leche derramada.
Algo tibio que está sobre todo en los poemas que dirige a su madre, llenos de
preguntas que cortan y queman y duelen: madre/ ¿limpiarás mis cenizas/
cuando ya todo/ sea tan insoportable?. Las madres han visto demasiada
pureza. Han visto la oscuridad que tenían atrapada en el vientre, han oído sus
latidos. Por eso tiene la muerte en el dorso de las manos, por eso pueden
hablar de la belleza: y yo no sé entonces hija/ ni del viento ni de sus
estaciones,/ yo no sé herirme de tu culpa/ para curarte lo feroz de la belleza.
Recuerdo que la primera vez que leí el poemario pensé que
María había hecho un acto cruel al escribirlo. No se debe hablar de la
oscuridad a quienes no la han conocido, a quienes cierran los ojos cuando cae
la noche y no sospechan que la calma está hecha de tempestades, que el invierno
está hecho de una sucesión infinita de veranos excesivamente cálidos. Recuerdo
que pensé que María había hecho una trenza con los cabellos que crecen al borde
de los caminos y me la había colocado alrededor del cuello. Luego me había
ahorcado con ella. Su poemario es una trenza hecha de cabellos quebradizos como
las alas de los insectos, de poemas engañosos como el calor de los
invernaderos. Engañosos porque entran despacio y parecen suaves y tibios, pero
luego se quedan dentro y no podemos sacarlos. Yo los tengo dentro, lo sé porque
oigo sus murmullos, porque los escucho ocupar huecos que antes estaban repletos
de músculos o de huesos o de arterias. María ha hecho un acto cruel al escribir
este poemario, pero es que la belleza no puede ser otra cosa que cruel. La
belleza no puede ser cálida ni suave ni agradable. La belleza solo puede ser
terrible, como la pureza o la calma. Por eso quien elige la belleza elige la
crueldad, quien elige escribir desde dentro elige escribir poemas dolorosos. Es
el precio.
Después de leer el poemario de María, solo espero que
nunca tengan que volver a hacerme una radiografía. Estoy segura de que los
médicos serían incapaces de comprender los resultados. Estoy segura de que las
arquitecturas se han desecho, de que los vacíos y los huecos han sido llenados
por los poemas-cabello de María. A vosotros también os pasará. Lo entenderéis
cuando acabéis de leerlos.
Layla Martínez
es una terrible y dolorosa belleza leer a María.
ResponderEliminary también una fortuna.
saludos.
De cruel nada Layla, de cruel nada.
ResponderEliminarDe absoluta, TODO.
Un beso.
Gratitud y silencio...
ResponderEliminartiene toda la razon, de cruel nada! Saludos
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