Hoy no tenía pensado escribir sobre él. Ni siquiera recordaba que era el aniversario de su asesinato. Pero he abierto facebook y la realidad me ha golpeado en pleno estómago. No había desayunado, pero dudo que ya pueda hacerlo. Introduzco su nombre en el buscador y aparecen cientos de imágenes de él. Bello y pálido como un ángel. Como los ángeles que lanzan piedras y queman contenedores. Que conocen los secretos de las fórmulas alquímicas, las sustancias que deben mezclarse en una botella para que aparezca la explosión y el fuego. Que cubren sus rostros porque son demasiado hermosos para que Ellos puedan verlos o tocarlos.
Miro las fotografías tomadas minutos antes de su asesinato. Delgado y frágil, tan bello que duele. Los ángeles tomaban las calles, construían barricadas, amontonaban piedras. Y Ellos no podían consentirlo. No pueden dejar que exista nada que sea hermoso, porque entonces nos alzaríamos contra Ellos. Tienen que reducir el mundo a la miseria, a la fealdad, a la abominación, porque es la única manera que tienen de sobrevivir.
Aquel 20 de julio sacaron sus armas y dispararon contra los ángeles. Los golpearon, los torturaron, aplastaron sus cuerpos contra el asfalto. La belleza debía ser exterminada. No podían arriesgarse a que alguien se diese cuenta de lo hermosos que eran aquellos muchachos. Porque una vez que has visto la belleza, no puedes volver a vivir en el mundo que Ellos han creado.
Aquel muchacho cayó sobre el asfalto y lo llenó de sangre. Pero aún así seguía siendo hermoso. Sus manos manchadas, su camiseta blanca, sus ojos cerrados, su piel pálida. Le quitaron el pasamontañas y le abrieron la camiseta y su belleza deslumbraba a todo el mundo. Por eso tuvieron que esconderlo, rodear su cuerpo, impedir que nadie lo viese. Solo así consiguen que sigamos soportando un mundo hecho a su imagen y semejanza.