[Filippo Tomaso Marinetti, 1876-1944]
Estamos en Moscú, en 1914. Un
Marinetti de mirada arrogante y ceño fruncido llega a la ciudad rusa en medio
de una helada descomunal. Su Manifiesto Futurista ha sido leído en Rusia hasta
el aburrimiento, y su visita entusiasmaba a todos los aspirantes a ocupar el
trono de la vanguardia artística y literaria. “Un automóvil rugiente que parece
que corre sobre la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia”,
gritaba Marinetti en un francés absurdo. “Un coche de carreras con su capó
adornado con grandes tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo es lo
más hermoso que veréis nunca”. El italiano no está consiguiendo el fervor que
espera, pero sigue cacareando desde el estrado con aquellas manos diminutas y
aquel bigote lleno de grasa.
“No entendemos nada, Marinetti,
tu francés es lo más deplorable que he oído en mi vida”, gritó alguien en ruso
desde el público. “No importa que no sepamos francés, eres un impostor, no
dices más que mentiras de ricachón aburrido”. El que había hablado era un joven
alto y delgado, con la mirada más dura y desafiante que el italiano había visto
nunca. “Eres un imbécil, eres profundamente imbécil”, gritó el joven, y comenzó
la fiesta. Marinetti no entendía nada en medio de todos esos golpes, no
entendía por qué aquellos cuatro energúmenos se habían abalanzado sobre él para
darle la paliza de su vida mientras gritaban en ruso. No entendía que aquellos
jóvenes se estaban riendo de él mientras le daban patadas y puñetazos sin
descanso. No entendía que aquello era un baile y todos querían bailar con él.
No entendía que era una fiesta. “¿No decías que no hay nada más poético que la
violencia de los puños devorando un rostro hermoso, Marinetti?” gritaba el
joven mientras se reía a carcajadas. “Tu coche no es bello, imbécil, solo es la
expresión de tu riqueza. Hay que ser idiota para decir que un coche de carreras
es más hermoso que la Victoria de Samotracia”, le gritaba entre patada y
patada, “lo único que dices es que una cosa es más bella que otra, cuando lo
que hay que hacer es extirpar la belleza de las cosas que son bellas. No para
transplantársela a las máquinas, sino para aborrecerlas por ser la expresión de
una clase dominante”.
En algún momento alguien llamó a
la policía y se acabó la fiesta, pero mientras se los llevaban detenidos
seguían gritando y riéndose. “Los puños son la verdadera poesía, Marinetti”,
gritó uno de los jóvenes mientras se lo llevaban a rastras, y los demás
estallaron en carcajadas. En comisaría les identificaron y les metieron en el
calabozo durante unas horas. Aquel joven de mirada desafiante era Vladimir
Maiakovski y Marinetti nunca olvidaría su nombre.
Un solo poema es más
peligroso que veinte comandos enemigos. Los recitales de poesía como arma
política
Maiakovski apenas tenía veintiún
años cuando interrumpió a puñetazos el recital de Marinetti, pero aquello
estaba muy lejos de ser una simple provocación de juventud. Era un acto
político. Un sabotaje. El Manifiesto Futurista contenía los gérmenes de una
ideología que, bajo la apariencia de una ruptura estética radical, no hacía más
que perpetuar las relaciones de dominación existentes. Marinetti desplazaba la
belleza de unos objetos a otros, pero todos eran símbolos de las clases
dominantes. El poder ya no necesitaba expresarse a través de estatuas que
conmemorasen victorias militares, sino a través de la maquinaria y la industria
de un capitalismo cada vez más salvaje, y eso era lo que Marinetti alababa. Debajo
de su aparente radicalidad, la propuesta del Manifiesto Futurista era una en
realidad una mera renovación de los objetos estéticos con los que las clases
dominantes expresan su poder, y Maiakovski lo sabía. Solo necesitó dos o tres
puñetazos para explicar su postura.
Aquellos puñetazos eran un acto
político porque la intervención de Marinetti también lo era. En la medida en
que reproducen de forma pública un determinado discurso, todos los recitales
poéticos son actos políticos. No importa qué tipo de poesía se lea o qué
ideología haya detrás de ella: al recitar, el autor se está posicionando en un
determinado lugar dentro del entramado de las relaciones de dominación. Puede
que ese posicionamiento sea más fácil de detectar en la poesía social o
militante, pero está también en todas las demás temáticas. Un poema sobre el
amor, por ejemplo, reproduce también un determinado discurso social sobre éste,
ya sea porque perpetúa una determinada forma de entender el amor o porque rompe
con ella. Como el resto de relaciones sociales, las relaciones amorosas también
están atravesadas por el conflicto, el poder y la dominación, lo que las
convierte en relaciones políticas. De esta forma, los poemas de amor son
también poemas políticos porque hablan de esas relaciones de dominación, poder
y conflicto que se dan dentro de las relaciones amorosas. Aunque no lo parezca,
el poema cursi que te escribieron en quinto de primaria también era política.
El posicionamiento del autor se
produce ya en el acto de escribir el poema, pero cuando se publica es cuando
ese posicionamiento se convierte en un acto político. El discurso que hay en él
se convierte en parte de los diferentes discursos sociales sobre un determinado
tema, contribuyendo a mantener o destruir las relaciones de dominación de ese
momento concreto. Si además de circular de forma impresa ese poema se recita en
público, su potencial para conservar o desestabilizar las relaciones de dominación
se hace mucho más grande. La lectura pública dota al poema de una capacidad
para convertirse en una herramienta política muy potente, ya sea para perpetuar
un determinado estatus quo o para luchar contra él. El recital se convierte en
un lugar de socialización política, en un acto de lucha en sí mismo. La lectura
privada en la intimidad puede hacer que el poema sirva como herramienta de
difusión de unas determinadas ideas, pero la lectura pública es lo que permite
que se convierta en una herramienta capaz de generar movilización a favor o en
contra de esas ideas. El recital socializa el poema, lo convierte en un arma
que puede ser utilizada colectivamente para fines políticos, sea en el sentido
que sea.
[Vladimir Maiakovski 1893-1930]
Aunque se da también en otros
momentos históricos, este potencial político de los recitales de poesía es
especialmente significativo durante las revoluciones y los levantamientos
populares, ya que se trata de momentos de cambio social en los que los
discursos tienen una capacidad de movilización mucho mayor. El propio
Maiakovski era consciente de ello: tras el estallido de la Revolución Soviética
sus recitales se convertirán en armas de lucha a favor de la consolidación del
nuevo poder político. Con cada lectura, Maiakovski engrasará más y más una
maquinaria de guerra que utilizará para dinamitar los escombros del régimen
anterior, cuyas relaciones de dominación aún seguían atravesando muchos ámbitos
de la sociedad rusa. El éxito de esta maquinaria se verá en que Maiakovski será
convertido en el poeta oficial de la revolución, en el símbolo del nuevo poder
político. Con la consolidación del régimen soviético, lo que hasta entonces
había sido un discurso rupturista se convertirá en conservador, pero el
potencial político de sus recitales no disminuirá. Simplemente, será asimilado
por el Estado y convertido en propaganda, pero esa es otra historia y aún
tendrán que pasar algunos años.
Otro de los momentos históricos
en los que el potencial político del acto de recitar adquirirá una fuerza
especial es durante los conflictos armados. En medio de una guerra, el recital
no solo será un lugar de socialización política, sino también de reafirmación
de los ideales por los que se lucha. El 4 de diciembre de 1936, un Miguel
Hernández de pelo rapado y chaqueta de pana visita la emisora del Quinto
Regimiento para recitar sus poemas. Solo hace tres meses que se ha alistado y
su cara no es todavía el rostro pálido y cansado de las fotografías de un par
de años más tarde. El fusil que lleva colgado al hombro escupe todavía muchas
más victorias que derrotas. Durante toda la guerra, Hernández escribirá tres
poemarios y sus textos circularán mucho por el frente. Alejado de las élites
intelectuales que recitaban en la trinchera por la mañana y dormían en su casa
por la noche, las lecturas de Hernández tendrán una capacidad de movilización
mucho mayor. Al verle como uno de los suyos, los asistentes a los recitales,
que no eran otros que milicianos que peleaban en el frente como él, sentirán de
forma mucha más intensa los poemas, por lo que las lecturas cumplirán mejor su
función de reafirmación de los valores y los ideales del bando antifascista. Los
poemas dejarán de ser simples textos para convertirse en artefactos explosivos.
[Fadwa Tuqan, 1917-2003]
La capacidad desestabilizadora de
los recitales de poesía en los conflictos armados será una constante en todas
las guerras, incluidas las actuales. Después de la publicación del libro
“Mártires de la Intifada” por la poeta palestina Fadwa Tuqan, el general
israelí Moshe Dayan declaró en la prensa que un solo poema de su autora era
mucho más peligroso que veinte comandos enemigos. Dayan sabía de lo que
hablaba. La larga tradición de poetas existente en Palestina había servido como
arma de lucha contra la todopoderosa maquinaria de guerra israelí, que a pesar de
su enorme superioridad militar es incapaz de aplastar definitivamente la
resistencia de un pueblo sumido en la miseria. Si algo han aprendido los
palestinos es que todo es susceptible de convertirse en un arma si la arrojas
con la suficiente fuerza, sea una piedra o un poema. El Estado de Israel
también lo ha aprendido: para contrarrestar la capacidad movilizadora de este
tipo de iniciativas, ha intentado desactivarlas apropiándose de ellas en
numerosas ocasiones. En junio de 2007, uno de los grandes poetas palestinos,
Mahmud Darwish, daba un recital delante de 2000 personas en la ciudad israelí
de Haifa. En uno de los poemas que leyó criticaba el fundamentalismo de Hamás,
y eso fue aprovechado por la prensa israelí para utilizar políticamente la
figura de Darwish. Poco importaba que el compromiso político del poeta con la
causa palestina le hubiese puesto en peligro de muerte y llevado al exilio en
numerosas ocasiones: sus poemas eran un arma de guerra y tenían que ser
desactivados. Un solo poema era más peligroso que veinte comandos enemigos.
Cada poema es una
bomba. La poesía como forma de socialización del dolor.
A principios de 1967, un joven de
aspecto serio y gesto decidido llamado Leonel Rugama se internaba en las
montañas nicaragüenses para unirse al Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Solo tenía 18 años, pero qué importaba. Cualquiera de aquellos guerrilleros era
demasiado joven para morir en una guerra. En sus tres años de clandestinidad,
Rugama escribirá mucho. La selva maltrata a los sandinistas atrozmente y Leonel
escribe. Sus poemas circularán por el frente, pasándose de unas manos a otras.
De vez en cuando, alguien lee uno de esos textos en voz alta y todos murmuran.
Algunos de esos murmullos son oraciones, otros saben que Rugama no va a
salvarse. A veces los muertos continúan andando y cantan canciones hermosas
como aquellas y parecen vivos, pero en realidad están ya condenados. La selva
nunca dejará escapar a Rugama. El 15 de enero de 1970 es abatido por un
batallón de la Guardia Nacional de Somoza.
[Leonel Rugama, 1949-1970]
Como Rugama, Isaac Rosenberg
también está condenado. Estamos en otro momento y otro lugar, pero Rosenberg
también demasiado joven. Quizá todos lo sean. Tiene solo veintiocho años y va a
morir en el frente occidental, después de escribir uno de los poemas más
atroces de todos los que se compusieron durante la contienda. El poema, llamado
“Break of day in the trenches” y escrito en plena batalla del Somme, pasará de
mano en mano a lo largo de toda la trinchera. Los soldados se lo leerán unos a
otros y murmurarán en voz baja. La crueldad de la batalla no siempre deja
tiempo para recitales, pero la lectura en común de los poemas hará que estos
sirvan como un vehículo de difusión de las ideas y las emociones de los
soldados. De alguna manera, aquellos poemas servirán para socializar el dolor
que les destrozaba por dentro y, en la medida que dejaba de ser individual, el
dolor no solo se convertía en una herramienta política sino que además era más
asimilable.
En muchas ocasiones, como
sucederá con Leonel Rugama o Isaac Rosenberg, estos poemas pasaban de mano en
mano en revistas o pasquines que se distribuían por el frente. Otras veces, su
utilización como herramienta política será mucho más planificada. En enero de
1942, miles de copias del poema “Libertad”, de Paul Éluard eran lanzadas por
aviones ingleses sobre la población de París, que permanecía bajo ocupación
nazi. Leídos antes de que el ejército ocupante pudiese hacer nada, las hojas se
convirtieron en artefactos explosivos en manos de los habitantes de la
ciudad. Cada poema era una bomba.
El ejército nazi aprendió la
lección. Ningún otro poema iba a provocar detonaciones delante de sus ojos. En
la Grecia ocupada, decidieron poner la solución antes de que eso pasase: el
poema “Epitafio”, escrito por un miembro de la resistencia llamado Yannis
Ritsos, era quemado a los pies de la Acrópolis poco después de ser distribuido
de forma clandestina. Sin embargo, nunca encontraron todas las copias. El poema
siguió circulando y siendo leído entre susurros, convirtiéndose en un arma de
lucha aún más poderosa que antes. La explosión aún tardaría en producirse, pero
los incendios que la provocaron ya habían sido encendidos.
[Yannis Ritsos, 1909-1990]
El potencial de la poesía como
herramienta política durante los conflictos armados y las revoluciones será tan
grande que acabará devorando a muchos de los que la habían utilizado.
Convertido en el poeta oficial de la revolución y utilizado por el Estado soviético
como forma de propaganda, Vladimir Maiakovski se pegó un tiro en el corazón el
14 de abril de 1930. Había convocado tormentas demasiado grandes, y los
recitales de poesía que antes le había convertido en un héroe del proletariado
ahora le hacían parecer un elemento peligroso para el orden social. Maiakovski
sabía que todo poema que merezca llamarse así acaba con un disparo. A veces,
tiene que ser en el corazón.
[Este artículo fue publicado originalmente en el número de julio de 2015 de la revista Quimera]
[Este artículo fue publicado originalmente en el número de julio de 2015 de la revista Quimera]
Que buen articulo Layla, quisiera compartir tambien la historia de Javier Heraud un poeta guerrilero.. por si interesa... y tmb uno de sus poemas :)
ResponderEliminarhttp://larepublica.pe/15-05-2013/heraud-el-poeta-que-murio-entre-arboles-y-disparos
https://www.marxists.org/espanol/heraud/poemarios/viaje/index.htm#yonorio
Excelente artículo, Layla.
ResponderEliminarTremendo,lucido , genial y combativo !
ResponderEliminarGracias hermosa . :)
Me encanta el artículo :), muchos besos¡¡
ResponderEliminarMe encanta el artículo :), muchos besos¡¡
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