De todas las entradas que
componen el diario de Gema Galgani, la del dieciocho de junio de 1899 es probablemente la más hermosa de
todas, pero también la más terrible. En ella Gema describe la aparición de las
heridas que abrirán su piel y marcarán su cuerpo a partir de entonces. Dios le
ha concedido el más atroz de todos los dones: la posesión de los estigmas. “Los
bellos santos salvajes afilan sus dientes debajo de mi cama. Después salen y
muerden mi piel con sus pequeños dientecitos. Puedo oírles susurrar sus
oraciones pronunciadas en la lengua de los afiladores de guillotinas y las
vendedoras de lámparas. Dios es hermoso como un carnicero adolescente.”-
escribe Gema.
Apenas tiene veintitrés años,
pero desde ese día los estigmas aparecerán en su cuerpo con mucha frecuencia.
Al principio las heridas son pequeñas, arañazos de apenas dos o tres
centímetros en las palmas de las manos y los empeines de los pies. Gema oculta
con guantes las cicatrices, esconde las marcas a los ojos inquisitivos de la
familia Giannini, con la que vive desde que quedó huérfana. Sin embargo, con el
tiempo la situación empeora. Gema se sumerge en crisis cada vez más profundas,
en abismos cada vez más oscuros. Cae en éxtasis que se prolongan durante horas.
En medio de la alucinación y el delirio, es capaz de ver el futuro, de predecir
la muerte. Febril y convulso, su cuerpo comienza a sudar sangre. Además de los
signos de los clavos, aparecen las llagas de la flagelación. “Dios se divierte
aplastando mi cuerpo a martillazos”, escribe Gema.
A pesar de los largos vestidos
que la cubren es incapaz de esconder las heridas. Luca es un pueblo demasiado
pequeño, y los vecinos murmuran detrás de las puertas. El temor se extiende en
casa de los Giannini, que ven convulsionar el cuerpo de Gema en éxtasis
luminosos y terribles. Deciden consultar con varios médicos, dejar que la
ciencia ilumine los abismos en los que está sumida la joven. Pero las lámparas
no alumbran el fondo de los estanques. Las pruebas y los diagnósticos se
suceden, pero ninguno parece poder explicar lo que le ocurre a la joven. “Estúpidos,
estúpidos, estúpidos”- escribe Gema- “No sabéis nada. No habéis entendido que
el amor infinito es infinitamente doloroso. No se puede amar a un caimán sin
ser mordido por sus dientes, imbéciles”.
El único consuelo de Gema es el
ángel que se le aparece cada noche en medio de la oscuridad de su habitación.
La primera vez que lo vio tenía apenas quince años. La enfermedad devoraba su
cuerpo y cavaba túneles en su cerebro, pero aquel ser traía consigo la calma.
“Es hermoso como una plaga de langostas” –escribe Gema-. “Como los locos que
bailan en medio del incendio con las manos atadas a la espalda”.
Sin embargo, con el paso del
tiempo el ángel se va volviendo cada vez más violento. Sentado en el borde de
la cama, grita a Gema, la regaña por cada acto insignificante, le hace llorar
de terror. “Mi ángel se ha convertido en un insecto gigante y terrible”,
escribe Gema con diecisiete años. La visiones de aquel ser la acompañarán el
resto de su vida. Leyendo sus diarios resulta difícil precisar el momento exacto
en el que se da cuenta de que no podrá huir, de que está condenada a habitar el
abismo. Quizá el 17 de enero de 1896, cuando aquel insecto alado y terrorífico le
obliga a rechazar la petición de matrimonio y jurar voto de castidad. Quizá dos
años más tarde, el 4 de abril de 1898, cuando el ángel le entrega la cuerda con
la que mortificará la carne de su vientre, el látigo con el que se flagelará.
Quizá en realidad el momento exacto no importe. Quizá siempre había sabido que
no es posible escapar de los abismos que llevamos dentro.
En septiembre de 1901 comienza el
periodo más oscuro en la vida de Gema. Su forma de escribir es cada vez más
confusa. La realidad se le escapa entre los dedos. “Nada es tan importante como
el dolor” –escribe- “porque conservará vuestras facciones intactas en medio de la melancolía. Nada es
tan importante como la melancolía, porque evitará que la escarcha destroce
vuestras cosechas. Envenenad el agua de los pozos, los que conocemos la
destrucción aseguraremos la pureza. Envenenad la sopa antes de poner la mesa,
porque poner la mesa es la única forma de rezar que conocemos nosotros los
melancólicos. La violencia es sagrada, esto debéis recordarlo. Aquello que no
merece ser exterminado con violencia no merece existir. Recordad esto cuando
agarréis por los cabellos a los insomnes y os zarandéis con la frente pálida
por el peso de la culpa. Recordad esto cuando le cortéis los cabellos a un
hombre moribundo. Recordad esto cuando los santos salvajes hayan devorado mi
pecho”.
Febril y alucinada, Gema no es
capaz de entender que la tuberculosis avanza por sus pulmones. Solo tiene
veintitrés años, pero no vivirá mucho más. Debilitado por las numerosas
enfermedades que ha padecido y por las constantes lesiones infringidas, su
cuerpo se resiste a continuar viviendo. El 11 de abril de 1903 la enfermedad
acabará definitivamente con su vida. La última entrada de su diario, fechada
solo tres días antes de su muerte, resultará curiosamente profética. En medio
de su delirio, Gema es capaz de percibir la proximidad de su fallecimiento:
“Todos lloraréis sobre mi lecho y pondréis monedas debajo de mi lengua. Todos
lloraréis sobre mi lecho y colocaréis nidos de luciérnagas sobre mi frente.
Todos lloraréis sobre mi lecho y os amputaréis los dedos en señal de respeto.
Arrojaréis mi cuerpo en medio de las cosechas, pero eso no os librará de la
culpa. Os arrancaréis los cabellos con vuestras propias manos, pero eso no os
librará de la culpa. Moriré bella y miserable y los mendigos trenzarán
libélulas en mi cabello. Moriré bella y miserable y conoceréis las grandes
máquinas de la tristeza. Mi muerte será hermosa pero vosotros nunca conoceréis
otra cosa que el invierno”.
En 1940, treinta y siete años
después de su muerte, el Papa Pío XII canonizará a Gema Galgani, que a partir
de entonces será venerada como Santa Gema. En Madrid, en una iglesia de la
calle Leizarán, se conserva una reliquia de la santa: en una pequeña urna de
cristal todavía puede verse latir un pedazo de su corazón.
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