Llevo varias semanas leyendo informes forenses para un proyecto que tengo entre manos. Algunos son de casos conocidos que fueron noticia hace algunos años, otros apenas merecieron un par de líneas en la prensa, o ni siquiera eso. Todos son de muertes violentas, desde asesinatos premeditados a palizas y procesos de tortura de varios días. Todos han sido escogidos en función de la repetición de unos mismos ritos, de unos actos que cometieron todos los asesinos a pesar de las distancias temporales y geográficas y de las distintas motivaciones para cometer el crimen. Creo que hasta ahora nunca había leído un informe forense completo, solo algún fragmento. Una de las cosas que más me ha sorprendido es lo hermoso que es el lenguaje que utilizan: "la muerte se produjo por destrucción de centros vitales encefálicos", "la parte superior izquierda de la cavidad torácica ha sufrido fenómenos de transformación", "la integridad cutánea es completa". Supongo que se debe a que no estoy acostumbrada a la jerga médica, pero es como si tratase de ser un lenguaje tan preciso y tan técnico que acabase cayendo en lo poético. Como si fuese imposible que las palabras fuesen precisas.
Otra cosa bastante sorprendente es lo sencillo que es olvidarte de que se trata de personas reales. En uno de los informes aparecía que el cadáver tenía un hematoma de treinta y cinco centímetros. Recuerdo que lo subrayé y fui a por una cinta métrica para hacerme una idea precisa de cuánto eran exactamente treinta y cinco centímetros. Después anoté algo en el margen del folio y seguí leyendo. No le di más importancia hasta que llegué al siguiente informe, que pertenecía a Agustín Rueda, un militante anarquista asesinado de un paliza por los funcionarios de la cárcel de Carabanchel en 1978. El caso de Agustín era probablemente el único con el que tenía un vínculo previo a la lectura del informe. He crecido en Aluche, al lado de la cárcel de Carabanchel, y supongo que tengo la silueta de la prisión en el fondo de la retina. En el barrio se conocían mucho las historias de los presos, porque sus familiares hacían cola allí mismo para entrar a visitarles y hablaban de lo que pasaba dentro. El caso de Rueda había sido particularmente doloroso, porque había asesinado después de varios días de tortura. Solo tenía 25 años y estaba lejos de casa.
Supongo que ese vínculo es lo que me hizo darme cuenta de lo que estaba leyendo. De lo que había detrás de aquel lenguaje. El informe de Rueda hizo que se me cayesen las lágrimas. Volví a coger la cinta métrica y coloqué aquellos treinta y cinco centímetros sobre mi piel. En mi cuerpo, ocupaban prácticamente todo el abdomen, desde la cadera al pecho. Tuve que dejar de leer.
"No hay huellas de ataduras, por lo que la víctima ha podido intentar defenderse de la lluvia de golpes que ha caído sobre él cubriéndose cabeza y cara con las manos, de ahí las escasas lesiones en el rostro y en la mitad anterior de la cabeza, mientras que están especialmente contusionados e dorso de las manos y el borde cubital de los antebrazos.
El hecho de que no se aprecie fractura alguna, ni de costillas ni de cráneo y que, pese a ello, se hayan ocasionado contusiones internas en los pulmones y en las meninges indica que el apaleamiento ha sido ejecutado con tecnicismo. Se puede afirmar que no es posible, salvo especial destreza, ocasionar tantas lesiones externas repetando las estructuras óseas subyacentes."
Leyéndote pienso que quizá la literatura sea un manto de piedad sobre los hematomas... Un abrazo.
ResponderEliminarDURO.
ResponderEliminarEs extremadamente fácil aplicar la anestesia empática :/