martes, 21 de enero de 2014

de cuando Marinetti no entendió que estaba en medio de una fiesta

[Marinetti, 1876-1944]



[Maiakovski, 1893-1930]




Moscú, 1914. Un Marinetti de mirada arrogante y ceño fruncido llega a la ciudad rusa en medio de una helada descomunal. Su Manifiesto Futurista ha sido leído en Rusia hasta el aburrimiento, y su visita entusiasmaba a todos los aspirantes a ocupar el trono de la vanguardia artística y literaria. Un automóvil rugiente que parece que corre sobre la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia, gritaba Marinetti en un francés absurdo. Un coche de carreras con su capó adornado con grandes tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo es lo más hermoso que veréis nunca. El italiano no está consiguiendo el fervor que esperaba, pero sigue cacareando desde el estrado con aquellas manos diminutas y aquel bigote lleno de grasa.

No entendemos nada, Marinetti, tu francés es lo más deplorable que he oído en mi vida, gritó alguien en ruso desde el público. No importa que no sepamos francés, eres un impostor, no dices más que mentiras de ricachón aburrido. El que había hablado era un joven alto y delgado, con la mirada más dura y desafiante que el italiano había visto nunca. Eres un imbécil, eres profundamente imbécil, gritó el joven, y comenzó la fiesta. Marinetti no entendía nada en medio de todos esos golpes, no entendía por qué aquellos cuatro energúmenos se habían abalanzado sobre él para darle la paliza de su vida mientras gritaban en ruso. No entendía que aquellos jóvenes se estaban riendo de él mientras le daban patadas y puñetazos sin descanso. No entendía que aquello era un baile y todos querían bailar con él. No entendía que era una fiesta. ¿No decías que no hay nada más poético que la violencia de los puños devorando un rostro hermoso, Marinetti? gritaba el joven mientras se reía a carcajadas. Tu coche no es bello, imbécil, solo es la expresión de tu riqueza. Hay que ser idiota para decir que un coche de carreras es más hermoso que la Victoria de Samotracia, le gritaba entre patada y patada, lo único que dices es que una cosa es más bella que otra, cuando lo que hay que hacer es extirpar la belleza de las cosas que son bellas. No para transplantársela a las máquinas, sino para aborrecerlas por ser la expresión de una clase dominante. 

En algún momento alguien llamó a la policía y se acabó la fiesta, pero mientras se los llevaban detenidos seguían gritando y riéndose. Los puños son la verdadera poesía, Marinetti, gritó uno de los jóvenes mientras se lo llevaban a rastras, y los demás estallaron en carcajadas. En comisaría les identificaron y les metieron en el calabozo durante unas horas. Aquel joven de mirada desafiante era Vladimir Maiakovski, y Marinetti nunca olvidaría su nombre. 


2 comentarios:

  1. La idea de Marinetti saboreando su propia palabrería puesta en práctica me encanta, independientemente de que la anécdota sea real o ficticia (¿?). Me recuerda, por cierto, a la "bronca" que Camus le echó a Breton, años después de que dijera aquello tan frívolo de que «el acto surrealista más sencillo consiste en bajar a la calle, revólver en mano, y tirar al azar contra la muchedumbre»... pero tu anécdota tiene el añadido de que sea Maiakovsky, con esa cara de boxeador que tiene en todas las fotos, quien le ponga en su sitio.
    Si fuera una película, tendría que dirigirla Scorsese o Guy Ritchie.

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  2. Muchos de los que se autodenominan 'escritores' hoy, por hoy, deberían de comenzar a leer los clásicos. Si bien el manifiesto de Marinetti parece un poco pasado de moda (y teñido por la causa fascista que defendió su autor), es mucho aún lo que puede sacarse de él.

    Saludos

    J.

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