[August Strindberg y sus hijos, 1912]
En un momento difícil de precisar
entre 1894 y 1895, August Strindberg destroza el retrato de su hija pequeña en
medio de fuertes alucinaciones y delirios. Con una extraña meticulosidad, clava
diminutos alfileres en los ojos y la boca de la fotografía y escribe sobre ella
varias palabras ininteligibles con una caligrafía caótica y torturada. Después,
se pincha un dedo con uno de los alfileres y deja caer varias gotas de sangre
sobre el retrato de la niña. Por último, lo lanza a la chimenea, donde lo ve
consumirse durante unos segundos. La voz que le ha ido susurrando al oído los
pasos que debía seguir parece complacida. Strindberg se tumba sobre la cama
tapándose los oídos con las manos y le grita a la voz que se calle en medio de
un delirio cada vez más oscuro. Al cabo de unos minutos, consigue que las voces
que hay en su cabeza se callen, pero no se marcharán. Nunca más le abandonarán.
En los días siguientes, la magia
negra que ha efectuado sobre su hija de apenas cinco años no parecerá tener
ningún efecto. La carta que espera Strindberg de su segunda mujer, Frida Uhl,
contándole que la hija que tienen en común ha contraído una enfermedad nunca
llegará, y el escritor olvidará pronto lo sucedido. Sin embargo, unas semanas
más tarde, Strindberg recibe una larga carta de dos de los hijos de su primer
matrimonio. En ella, los niños le cuentan que acaban de volver de una larga
convalecencia en el hospital, donde habían sido ingresados debido a una extraña
enfermedad infecciosa que los médicos no habían podido identificar. Se
recuperarán de la enfermedad sin aparentes secuelas, aunque desde entonces arrastrarán
una densa y oscura sombra que irá siempre con ellos. A partir de ese momento,
Greta y Hans comenzarán a exhibir la misma mirada cruel y alucinada de su padre
en todas las fotografías que se tomen de ellos. Como si en vez de prestar
atención al fotógrafo, estuviesen escuchando algún extraño susurro que los
demás no eran capaces de oír. Como si en vez de mirar al objetivo, estuviesen
observando atentamente a la persona que mira la fotografía.
De hecho, Strindberg sentirá temor
de sus hijos a partir de entonces, y se negará a fotografiarlos con su propia
cámara. El escritor poseía una cámara de fabricación propia cuya lente estaba
sin pulir para captar mejor el alma de la persona fotografiada, que de esta
forma quedaba impregnada en el negativo. Aunque existen varios retratos de sus
hijos, se cree que solo uno de ellos fue hecho con la cámara de Strindberg. La
fotografía, tomada un año antes del fallecimiento del escritor, fue hecha con
ocasión de la reunión de sus tres hijos en la casa donde residía Strindberg,
cuya salud se encontraba ya muy deteriorada. En un lateral puede verse la
figura algo difuminada del escritor, con una expresión de pánico y turbación en
el rostro. Los dos lugares del centro los ocupan dos hijos del primer
matrimonio, que en el momento en que fue tomada la fotografía ya eran adultos.
Completando el retrato se encuentra la hija menor de Strindberg, llamada
Kerstin. Su expresión parece tranquila, pero las de los dos hermanos mayores
resultan profundamente perturbadoras. Como mirar la fotografía de un cadáver o
de un enfermo a punto de morir. Como mirar el retrato de alguien que carece de
alma.
Visiones y locura
A lo largo de su vida, Strindberg
atravesará profundas crisis psicológicas.
Las visiones y los delirios que acompañarán cada una de ellas harán que
se le diagnostique de esquizofrenia y manía persecutoria, pero se negará a
recibir tratamiento. Para él, el diagnóstico no será más que una muestra del
complot que sus enemigos traman contra él, y mantendrá esta opinión incluso en
los periodos de mayor lucidez Strindberg estaba convencido de que varios
individuos con conocimientos sobre el
funcionamiento de la electricidad le acechaban e intentaban hacerle enfermar.
Obsesionado con esta idea, se cambiará de residencia en numerosas ocasiones, a
veces abandonando su estancia en mitad de la noche. Creía que sus enemigos
aprovechaban sus ausencias para colocar campos electromagnéticos en los
alrededores de su vivienda, con el objetivo de que se viese expuesto
permanentemente a sus efectos negativos. Objetos como una valla metálica puesta
recientemente en el jardín de al lado o unos cables de telégrafos mal colocados
hacían estallar los delirios de Strindberg, que caía así en profundas crisis
alucinatorias.
“Lo que aumenta mi turbación es
el evidente cambio que se ha efectuado en la habitación vecina a la mía. Para
comenzar, han colgado una manta en el cuarto, evidentemente para ocultar alguna
cosa. Sobre la campana de la chimenea han sido colocados montones de placas
metálicas se parados por traviesas de madera. Sobre cada montón puede verse un
álbum fotográfico o un libro cualquiera, puestos allí, evidentemente, para dar
un aire de inocencia a esos infernales artefactos a los que quiero llamar
acumuladores. Por añadidura, distingo a dos obreros encaramados en un tejado de
la calle Censier, justo frente a mi habitación. No puedo distinguir lo que
están haciendo, pero señalan mi ventana mientras manejan objetos que no puedo
discernir” (Inferno, August
Strindberg)
Estas alucinaciones provocarán
que desconfíe de todos los que le rodean, incluidos sus familiares y amigos más
cercanos. Para Strindberg, los consejos de que visite a un médico y las
negativas a tomarse en serio sus alucinaciones serán una prueba más de la
participación de sus allegados en el complot que se urdía contra él, lo que le
llevará a un aislamiento cada vez más profundo. La única persona con la que
logrará establecer un vínculo estrecho será con su hija menor, probablemente el
único ser al que Strindberg se sentirá unido. Aunque la magia negra no había
tenido efectos sobre ella, el escritor arrastrará durante toda su vida la culpa
por haber deseado que enfermase, e intentará aliviar ese sentimiento volcándose
en su paternidad, sobre todo durante la primera infancia de la niña. El periodo
que el escritor pasa junto a ella en el pueblo donde reside es uno de los más
tranquilos de su vida, tanto por la acción beneficiosa del vínculo con la niña
como por el descubrimiento del visionario Emanuel Swedenborg. A partir de este
momento, la mística de Swedenborg se convertirá en una de las piezas centrales
del pensamiento de Strindberg, ya que en él encontrará la explicación de su
enfermedad:
“Todo lo que me había sucedido
lo encuentro en Swedenborg: angustias, opresión pectoral, fuertes palpitaciones
del corazón, lo que yo llamaba cinturón eléctrico, todo está allí, y el
conjunto d estos fenómenos constituye la purificación espiritual” (Inferno, August Strindberg)
Alquimia y mística
A partir de la lectura de
Swedenborg, Strindberg creerá haber encontrado una explicación a las obsesiones
que le persiguen desde hace tiempo. Hasta entonces no había podido explicarse
las razones de su persecución ni las causas de que sus enemigos tratasen de
dañarle, pero la lectura de los textos de Swdenborg le hará creer que se trata
de pruebas que debe superar para conseguir una purificación espiritual. Los
enemigos que le persiguen no son más que la manifestación física de potencias
que buscan obstaculizar su desarrollo
espiritual. Strindberg se verá a sí mismo como un visionario, como alguien que
ha sido capaz de vislumbrar el otro lado y conoce sus secretos. Ello le hará
especialmente vulnerable a los ataques de las potencias del mal, que perseguían
con especial virulencia a aquellos que pueden acceder a conocimientos no revelados.
Strindberg creía que poseía este conocimiento gracias a la práctica de la
alquimia, a la que entregó durante largos periodos de su vida. En su pequeña
habitación del Barrio Latino, en París, poseía un auténtico laboratorio químico
en el que trabajaba durante días, sin ni siquiera acordarse de comer o dormir.
Gracias a sus experimentos, consiguió demostrar algunas teorías de la Química
que hasta entonces no habían sido probadas, y algunas de sus publicaciones en
revistas científicas tuvieron una gran divulgación. Sin embargo, para
Strindberg estos descubrimientos no tenían ningún valor. Más que una disciplina
científica, la alquimia era un camino espiritual. Lo que buscaban los alquimistas
era la esencia del alma humana:
“Las almas, quiero decir los
cuerpos desmaterializados, permanecían flotando en el aire, lo cual me llevó a
intentar aprehenderlos y analizarlos. Provisto de un pequeño frasco lleno de
acetato de plomo líquido, emprendo esta caza de almas, quiero decir de cuerpos,
y apretando el frasco destapado en mi mano cerrada me paseo como un cazador de
pájaros liberado del trabajo de atraer a su presa. En mi casa, filtro el
abundante precipitado y lo coloco bajo el microscopio.” (Inferno, August Strindberg)
La explicación de sus obsesiones
proporcionó a Strindberg un periodo de cierta tranquilidad, aunque la
enfermedad mental nunca le abandonaría. Las fotografías de sus últimos años de
vida muestran un deterioro progresivo en el escritor, tanto física como
psicológicamente. La mirada de Strindberg será cada vez más febril y alucinada.
Como si la fotografía mostrase a una persona sin alma. Como si el retratado, en
vez de mirar al objetivo, estuviese mirando a la persona que observa la fotografía.
Como si nos estuviese mirando a nosotros.
[este artículo fue publicado originalmente en el fanzine Radiante Porvenir]
Escalofriante y verídico... la historia me ha enganchado de principio a fin, imposible dejar de leer.
ResponderEliminarBesos.