El
barrio de Tetuán es un sitio extraño. La disposición de las calles no tiene
ningún sentido. Algunas que parecen grandes y transitadas de repente acaban en
muros. Otras dan vueltas y vueltas durante varias manzanas. Otras que parecen
simples callejones en realidad están atestadas de comercios. Todas están llenas
de solares, de edificios de principios de siglo que se caen a pedazos, de
recovecos mal iluminados, de casas abandonadas, de arreglos arquitectónicos que
rozan el surrealismo. Por eso es muy fácil perderse. El barrio te absorbe en un
punto determinado y te suelta lejos de allí, en medio de un solar o frente a
una mantequería de 1910 o junto al local donde la santera te hace todos los
amarres que necesites. Me ha pasado varias veces, sobre todo cuando voy
distraída. El barrio nota tus pasos algo más vacilantes, percibe que estás
deambulando, y lo aprovecha. Ayer me atrapó en la calle Topete y me soltó
algunas manzanas más para allá, justo enfrente de una librería en la que no
había estado nunca. Nada más entrar aluciné. Las pilas de libros y revistas
llegaban al techo. La librería entera se caía abajo.
Rebuscando
en un montón de libros sobre catolicismo, evangelios y vidas de santos encontré
un pequeño ejemplar rojo intenso. Al principio pensé que eran los Nuevos
Testamentos, pero resultó que era el libro rojo de Mao. Quién sabe por qué
estaba allí. Quizá simplemente por descuido, o quizá alguien pensó que era el
sitio que le correspondía. El caso es que abrí la portada y era una primera
edición en castellano, de 1966, impresa en China
y numerado, en perfecto estado. Le pregunté al librero cuánto costaba y me miró
de arriba abajo. Era difícil adivinar qué estaba pensando. Puede que evaluase
cuánto podía pagar o puede que estuviese decidiendo si tenía que llevármelo o
no. Después de un rato de silencio sonrió y me dijo “Te lo dejo en 10 euros y
te aseguro que no puedo bajarlo más”. Cuando le di la vuelta vi que en realidad
costaba 25, así que supongo que le caí bien. Quién sabe, quizá pasé una especie
de prueba iniciática, porque todos los clientes que entraron mientras estaba
allí fueron saludados por su nombre y se pusieron a rebuscar concienzudamente
en un sitio muy concreto de la librería nada más entrar. Tendré que volver.
Después
de aquello tuve que rehacer casi todo el camino para ir a Correos, porque ni
siquiera sabía muy bien en qué lugar concreto del barrio estaba. Tras varias
vueltas, acabé encontrando la oficina. Me habían llegado varios avisos de
paquetes, aunquealgunos
ni siquiera sabía muy bien qué contenían porque eran regalos. Los abrí allí
mismo en la oficina de Correos y creo que hasta se me escapó alguna lágrima de la emoción.
Hay algo enigmático ahí. Yo viví una buena temporada a dos portales de esa tienda y, aparte de que el escaparate era hipnótico (cubiertas horteras, libros que fueron oportunistas hace veinte o treinta años y ahora han quedado en tierra de nadie... ), hay algo casi paranormal: me he cruzado con el librero un par de veces en el barrio de mi madre, uno de esos tan insulsos que es casi imposible que pase algo o cruzarse con alguien que no conozcas de toda la vida.
ResponderEliminarBellas Vistas y Tetuán entero tienen algo.