[Henri Roorda]
Últimamente no leo tanto como antes, pero aún así a veces tengo la suerte de encontrar libros que me hacen estallar el cerebro. Normalmente los encuentro por casualidad o por intuición, casi siempre porque olvido las recomendaciones, pero también porque encuentro bastante placer en deambular por los pasillos de la biblioteca y escoger algo casi al azar.
Mi suicidio, Henri Roorda (Trama). Henri Roorda decidió quitarse la vida el 7 de noviembre de 1925. Tenía 54 años y desde hacía varios meses dormía con una pistola debajo del colchón. "No tengo ningún miedo del porvenir desde que oculté un revólver cargado entre los muelles de mi cama", escribió justo antes de dispararse una bala en el corazón. Mi suicidio es la justificación de ese acto. En apenas cincuenta páginas, Roorda explica las razones que le han llevado a tomar la decisión que cumpliría solo unos días después de acabar el libro. Roorda no es alguien desesperado ni enfermo, no tiene depresión, no está en una situación límite. Simplemente no quiere seguir viviendo. Ha gozado y ha sufrido, ha disfrutado de todos los placeres y ha visto muchas miserias, ha jugado sus cartas y ha sobrevivido como ha podido. Y no quiere seguir haciéndolo: "Hay existencias anormales que conducen de manera natural al suicidio. Eso es todo. Soy un jugador que no pediría otra cosa que seguir jugando, pero que no quiere aceptar las reglas del juego".
Los desposeídos, Úrsula K. Leguin (Minotauro). La primera vez que leí este libro debía de tener unos diecisiete años. Recuerdo cuánto me gustó y cuánto me reafirmó en las ideas que empezaban a darme vueltas en la cabeza en aquel momento. Los desposeídos contaba la historia de una utopía. Después de un levantamiento revolucionario en un planeta llamado Urras, el gobierno decidía ceder a los rebeldes el control del satélite que giraba alrededor de ese planeta. Allí, en Anarres, los rebeldes habían establecido una sociedad basada en los principios anarquistas. Sin gobierno, sin estado, sin leyes, sin jerarquías, sin liderazgos. Para mostrar los contrastes entre los dos mundos, la autora cuenta la historia de un personaje de Anarres que viaja a Urras para enseñar en la universidad. No os voy a contar cómo acaba, pero recuerdo cuánto me gustó y cuánto significó para mí en aquel momento. Hace unos días lo volví a leer. Creo que no debería haberlo hecho. La historia me pareció muy floja y los personajes muy planos y predecibles, pero eso no fue lo peor. Lo peor fue comprobar que si yo hubiese nacido en Anarres habría odiado aquella sociedad casi tanto como odio esta. Quizá diez años después creo mucho menos en la gente. Quizá hay personas que nunca estaremos del todo a gusto en ningún sitio. No lo sé. Lo que sí sé es que no deberíamos volver a los sitios donde vivimos ciertas cosas ni releer los libros que significaron demasiado.
Un hombre que duerme, Georges Perec (Impedimenta). No sé si alguna vez habéis vivido una de esas etapas de vacío en la que todo pierde sentido. No es desesperación, ni pena, ni depresión. No estás enfermo, no tienes problemas excesivamente graves. Simplemente estás perdido. A mí me ha pasado dos veces. Una a los diecinueve años, otra entre los veinticinco y los veintiséis. Sigues haciendo muchas de las cosas que hacías, sigues viviendo como puedes, sigues reproduciendo la rutina a la que estás acostumbrado. Pero no estás ahí. Eso es exactamente lo que cuenta Un hombre que duerme. Ese vacío. Ese abismo. Ese dolor en los pulmones. Me alegro de haberlo leído ahora, que esa etapa queda lejos. Ahora que he podido aguantar cómo me hacía pedazos sin que doliera demasiado.
Yo soy de l@s que tienen a Perec muy pendiente, pero no empezaré por 'Un hombre que duerme', visto lo que cuentas.
ResponderEliminarHace poco leí el 'Libro del desasosiego' de Pessoa/Soares y lo único bueno de tanto vacío y tanta abulia es que te propulsa en dirección contraria, es simplemente invivible llegar tan lejos (esto quizá dependa de las circunstancias del lector) sin acabar como el propio Pessoa.