No sé si os ha pasado alguna vez. Hace unos días, buscando información en internet, me encontré con una fotografía antigua y tuve la certeza absoluta de haber conocido a esa persona en algún momento de mi vida. Me resulta extraño, pero estoy totalmente segura de ello. La fotografía era un retrato de Boris Savinkov, un nihilista ruso muerto en 1925. Yo acababa de leer su diario y quería encontrar más información sobre él, porque la edición que yo tenía no incluía fotografías ni había muchos más datos personales que los que el mismo Savinkov proporcionaba. Introduje su nombre en el buscador y aparecieron varios retratos. Fui viéndolos uno a uno, mientras la certeza de que Savinkov era alguien conocido crecía y crecía.
No era la primera vez que me pasaba. Cuando murió mi abuela, tuve que ordenar sus pertenencias y aparecieron un montón de fotografías que nunca había visto. En una de ellas aparecía un chico moreno de pelo rizado y sonrisa desafiante. Llevaba una de esas camisas anchas que los hombres se ponían antes para trabajar en el campo. Era tan hermoso que dolía verlo. Le pregunté a mi abuelo quién era, y me dijo que había sido el primer novio de mi abuela. Murió, dijo. Una mula le dio una coz y lo reventó por dentro. El médico le operó en la mesa de la cocina de sus padres, pero no pudo hacer nada. No sabía que tu abuela había guardado esa foto todo este tiempo.
Desde que le di la fotografía a mi padre para que la guardara no había vuelto a sucederme. Pero entonces vi a Savinkov, hermoso y terrible. Estoy solo, estoy solo, escribe Savinkov de forma obsesiva en su diario. Estoy solo, escribe mientras planea el atentado que le costará la vida a Vyacheslav von Plevhe, Ministro del Interior del zar, mientras detona la bomba que causará la muerte de Sergei Alexandrovich, Gobernador General de Moscú. Estoy acostumbrado a esta vida entre las sombras, escribe mientras le condenan a muerte. Si eres capaz de amar, si de verdad amas con todo tu ser, entonces eres capaz de matar, escribe mientras participa en la toma del Palacio de Invierno.
Me pregunto dónde o cómo habré conocido a Savinkov. En qué extraña distorsión entre una dimensión y otra nos habremos cruzado. Me pregunto también qué estará haciendo ahora. Quizá esté siendo arrojado desde una ventana del temible presidio de la Lubianka. Quizá esté bebiendo absenta en algún antro de París con Apollinaire. Quizá esté planeando uno de los veintisiete atentados que cometió a lo largo de su vida. Quizá esté leyendo esto.
[El diario de Boris Savinkov fue publicado por Impedimenta en 2009, con el nombre "El caballo amarillo. Diario de un terrorista ruso"]
Normalmente, en general, el homo sapiens me repugna, pero leyendo estos artículos de Layla Martínez recupero la fé en la especie. Hay vida inteligente y sensible en el planeta. ¡Y Google cobra sentido!
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