Cuando volví a casa de mis padres en septiembre, dejé la
ciudad para irme a vivir a un pueblo del extrarradio. Desde allí se veían los
rascacielos de la capital, la enorme masa de edificios que se extendía durante
kilómetros. Pero sobre todo se veía el cielo de la ciudad, una enorme nube gris
formada por las emisiones tóxicas de coches, edificios y polígonos
industriales. Cuando vivía en la ciudad no era consciente de que el cielo
tuviese un color grisáceo, de que viviese encerrada en una especie de campana
de cristal formada por un humo gris que se adhería a la tráquea, a la laringe,
a los pulmones. Pero desde lejos se veía claramente.
Miguel Espigado dice que con Pekín sucede algo similar, que
la nube tóxica encierra a la ciudad en una especie de pecera gris que lo
envuelve todo y que le da un cierto aire de irrealidad. También dice que Pekín
no te deja salir, que ese aire gris que entra en los pulmones de alguna manera
te transforma, te produce alteraciones que alteran tu percepción de la
realidad. La ciudad te envuelve y te vigila, impidiéndote caminar más allá de
sus límites. Te digiere.
También dice que los habitantes se resisten a ser devorados
por la ciudad, a ser atrapados en la nube tóxica que lo envuelve todo. Sobre
todo los extranjeros, los que no han nacido en ella y deben adaptarse a ese
ritmo hecho de animales que jadean, de animales recién atropellados que
respiran y supuran y derraman líquidos que deberían estar dentro del organismo
y no sobre el asfalto. Me acuerdo de los amigos que están lejos, de todos los
que he tenido que despedir en un aeropuerto y que ahora tratan de adaptarse al
ritmo de otras ciudades, que se pierden en la nube tóxica de Buenos Aires, de
Londres, de Berlín, de México, de Los Ángeles, de Caracas. Yo también me voy de
Madrid en unos días, aún no sé por cuánto tiempo, y me pregunto qué parte de mí
se quedará en esta ciudad, qué parte de nosotros se quedará en cada una de las
ciudades en que vivimos.
Supongo que El cielo de Pekín me ha puesto melancólica, que
ha hecho que me acuerde de los amigos que han tenido que marcharse para
buscarse la vida para que unos pocos puedan enriquecerse a nuestra costa. Pero
es solo porque es una muy buena novela.
[El cielo de Pekín es de Miguel Espigado y está publicado por la editorial Lengua de Trapo, en 2011]
Vayas donde vayas , que el cielo y el aire te sean frescos, al igual que siempre lo son tus palabras.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
bueno, yo me voy más cerca que mis amigos, no salgo del país. Y seguiré teniendo el blog y fb. No me vais a echar de menos :)
EliminarLayla
:) ya me entere y me alegro por ti . Si te has de ir fuera que sea por libre elección . Suerte en tu nueva casa.Me iré informando .
Eliminarsalut ialegria . Animo y confianza ( dicho por Karlos el gaditano ) :)
yo he estado en pekín y te puedo asegurar que no es mucho peor que madrid
ResponderEliminarMejor es irse de estos ataudes de metal. Así lo siento.
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