miércoles, 20 de enero de 2016

De la estancia de August Strindberg en el infierno.

[August Strindberg y sus hijos, 1912]



En un momento difícil de precisar entre 1894 y 1895, August Strindberg destroza el retrato de su hija pequeña en medio de fuertes alucinaciones y delirios. Con una extraña meticulosidad, clava diminutos alfileres en los ojos y la boca de la fotografía y escribe sobre ella varias palabras ininteligibles con una caligrafía caótica y torturada. Después, se pincha un dedo con uno de los alfileres y deja caer varias gotas de sangre sobre el retrato de la niña. Por último, lo lanza a la chimenea, donde lo ve consumirse durante unos segundos. La voz que le ha ido susurrando al oído los pasos que debía seguir parece complacida. Strindberg se tumba sobre la cama tapándose los oídos con las manos y le grita a la voz que se calle en medio de un delirio cada vez más oscuro. Al cabo de unos minutos, consigue que las voces que hay en su cabeza se callen, pero no se marcharán. Nunca más le abandonarán.

En los días siguientes, la magia negra que ha efectuado sobre su hija de apenas cinco años no parecerá tener ningún efecto. La carta que espera Strindberg de su segunda mujer, Frida Uhl, contándole que la hija que tienen en común ha contraído una enfermedad nunca llegará, y el escritor olvidará pronto lo sucedido. Sin embargo, unas semanas más tarde, Strindberg recibe una larga carta de dos de los hijos de su primer matrimonio. En ella, los niños le cuentan que acaban de volver de una larga convalecencia en el hospital, donde habían sido ingresados debido a una extraña enfermedad infecciosa que los médicos no habían podido identificar. Se recuperarán de la enfermedad sin aparentes secuelas, aunque desde entonces arrastrarán una densa y oscura sombra que irá siempre con ellos. A partir de ese momento, Greta y Hans comenzarán a exhibir la misma mirada cruel y alucinada de su padre en todas las fotografías que se tomen de ellos. Como si en vez de prestar atención al fotógrafo, estuviesen escuchando algún extraño susurro que los demás no eran capaces de oír. Como si en vez de mirar al objetivo, estuviesen observando atentamente a la persona que mira la fotografía.


De hecho, Strindberg sentirá temor de sus hijos a partir de entonces, y se negará a fotografiarlos con su propia cámara. El escritor poseía una cámara de fabricación propia cuya lente estaba sin pulir para captar mejor el alma de la persona fotografiada, que de esta forma quedaba impregnada en el negativo. Aunque existen varios retratos de sus hijos, se cree que solo uno de ellos fue hecho con la cámara de Strindberg. La fotografía, tomada un año antes del fallecimiento del escritor, fue hecha con ocasión de la reunión de sus tres hijos en la casa donde residía Strindberg, cuya salud se encontraba ya muy deteriorada. En un lateral puede verse la figura algo difuminada del escritor, con una expresión de pánico y turbación en el rostro. Los dos lugares del centro los ocupan dos hijos del primer matrimonio, que en el momento en que fue tomada la fotografía ya eran adultos. Completando el retrato se encuentra la hija menor de Strindberg, llamada Kerstin. Su expresión parece tranquila, pero las de los dos hermanos mayores resultan profundamente perturbadoras. Como mirar la fotografía de un cadáver o de un enfermo a punto de morir. Como mirar el retrato de alguien que carece de alma. 


Visiones y locura

A lo largo de su vida, Strindberg atravesará profundas crisis psicológicas.  Las visiones y los delirios que acompañarán cada una de ellas harán que se le diagnostique de esquizofrenia y manía persecutoria, pero se negará a recibir tratamiento. Para él, el diagnóstico no será más que una muestra del complot que sus enemigos traman contra él, y mantendrá esta opinión incluso en los periodos de mayor lucidez Strindberg estaba convencido de que varios individuos con conocimientos  sobre el funcionamiento de la electricidad le acechaban e intentaban hacerle enfermar. Obsesionado con esta idea, se cambiará de residencia en numerosas ocasiones, a veces abandonando su estancia en mitad de la noche. Creía que sus enemigos aprovechaban sus ausencias para colocar campos electromagnéticos en los alrededores de su vivienda, con el objetivo de que se viese expuesto permanentemente a sus efectos negativos. Objetos como una valla metálica puesta recientemente en el jardín de al lado o unos cables de telégrafos mal colocados hacían estallar los delirios de Strindberg, que caía así en profundas crisis alucinatorias.

“Lo que aumenta mi turbación es el evidente cambio que se ha efectuado en la habitación vecina a la mía. Para comenzar, han colgado una manta en el cuarto, evidentemente para ocultar alguna cosa. Sobre la campana de la chimenea han sido colocados montones de placas metálicas se parados por traviesas de madera. Sobre cada montón puede verse un álbum fotográfico o un libro cualquiera, puestos allí, evidentemente, para dar un aire de inocencia a esos infernales artefactos a los que quiero llamar acumuladores. Por añadidura, distingo a dos obreros encaramados en un tejado de la calle Censier, justo frente a mi habitación. No puedo distinguir lo que están haciendo, pero señalan mi ventana mientras manejan objetos que no puedo discernir” (Inferno, August Strindberg)
Estas alucinaciones provocarán que desconfíe de todos los que le rodean, incluidos sus familiares y amigos más cercanos. Para Strindberg, los consejos de que visite a un médico y las negativas a tomarse en serio sus alucinaciones serán una prueba más de la participación de sus allegados en el complot que se urdía contra él, lo que le llevará a un aislamiento cada vez más profundo. La única persona con la que logrará establecer un vínculo estrecho será con su hija menor, probablemente el único ser al que Strindberg se sentirá unido. Aunque la magia negra no había tenido efectos sobre ella, el escritor arrastrará durante toda su vida la culpa por haber deseado que enfermase, e intentará aliviar ese sentimiento volcándose en su paternidad, sobre todo durante la primera infancia de la niña. El periodo que el escritor pasa junto a ella en el pueblo donde reside es uno de los más tranquilos de su vida, tanto por la acción beneficiosa del vínculo con la niña como por el descubrimiento del visionario Emanuel Swedenborg. A partir de este momento, la mística de Swedenborg se convertirá en una de las piezas centrales del pensamiento de Strindberg, ya que en él encontrará la explicación de su enfermedad:

“Todo lo que me había sucedido lo encuentro en Swedenborg: angustias, opresión pectoral, fuertes palpitaciones del corazón, lo que yo llamaba cinturón eléctrico, todo está allí, y el conjunto d estos fenómenos constituye la purificación espiritual” (Inferno, August Strindberg)


Alquimia y mística

A partir de la lectura de Swedenborg, Strindberg creerá haber encontrado una explicación a las obsesiones que le persiguen desde hace tiempo. Hasta entonces no había podido explicarse las razones de su persecución ni las causas de que sus enemigos tratasen de dañarle, pero la lectura de los textos de Swdenborg le hará creer que se trata de pruebas que debe superar para conseguir una purificación espiritual. Los enemigos que le persiguen no son más que la manifestación física de potencias que buscan obstaculizar  su desarrollo espiritual. Strindberg se verá a sí mismo como un visionario, como alguien que ha sido capaz de vislumbrar el otro lado y conoce sus secretos. Ello le hará especialmente vulnerable a los ataques de las potencias del mal, que perseguían con especial virulencia a aquellos que pueden acceder a conocimientos no revelados. Strindberg creía que poseía este conocimiento gracias a la práctica de la alquimia, a la que entregó durante largos periodos de su vida. En su pequeña habitación del Barrio Latino, en París, poseía un auténtico laboratorio químico en el que trabajaba durante días, sin ni siquiera acordarse de comer o dormir. Gracias a sus experimentos, consiguió demostrar algunas teorías de la Química que hasta entonces no habían sido probadas, y algunas de sus publicaciones en revistas científicas tuvieron una gran divulgación. Sin embargo, para Strindberg estos descubrimientos no tenían ningún valor. Más que una disciplina científica, la alquimia era un camino espiritual. Lo que buscaban los alquimistas era la esencia del alma humana:

“Las almas, quiero decir los cuerpos desmaterializados, permanecían flotando en el aire, lo cual me llevó a intentar aprehenderlos y analizarlos. Provisto de un pequeño frasco lleno de acetato de plomo líquido, emprendo esta caza de almas, quiero decir de cuerpos, y apretando el frasco destapado en mi mano cerrada me paseo como un cazador de pájaros liberado del trabajo de atraer a su presa. En mi casa, filtro el abundante precipitado y lo coloco bajo el microscopio.” (Inferno, August Strindberg)
La explicación de sus obsesiones proporcionó a Strindberg un periodo de cierta tranquilidad, aunque la enfermedad mental nunca le abandonaría. Las fotografías de sus últimos años de vida muestran un deterioro progresivo en el escritor, tanto física como psicológicamente. La mirada de Strindberg será cada vez más febril y alucinada. Como si la fotografía mostrase a una persona sin alma. Como si el retratado, en vez de mirar al objetivo, estuviese mirando a la persona que observa la fotografía. Como si nos estuviese mirando a nosotros. 



[este artículo fue publicado originalmente en el fanzine Radiante Porvenir]

1 comentario:

  1. Escalofriante y verídico... la historia me ha enganchado de principio a fin, imposible dejar de leer.

    Besos.

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