lunes, 24 de marzo de 2014

De cómo el Gran Panópotico se convirtió en el lugar donde todo estaba permitido



Ayer fue un día extraño. Como si hubiese habido un fallo en algún lugar del engranaje. Como si ese día no tuviese que existir. La sensación era similar a cuando adelantan o atrasan la hora y de repente hay unos minutos que no deberían estar ahí. Era incapaz de concentrarme en nada, así que decidí salir a dar una vuelta. Desde que volví a Madrid lo hago mucho. Salgo a dar vueltas por la ciudad, a deambular de un lado para otro sin ningún objetivo concreto. No voy a ningún sitio, simplemente ando. Cuando me canso, doy media vuelta. Si no sé dónde estoy, entro al metro y dejo que me escupa de nuevo en un lugar conocido. 

Ayer bajé andando al metro de Aluche y torcí a la derecha. Es un camino que he hecho cientos de veces, porque era el que llevaba a la cárcel de Carabanchel. Cuando era adolescente entrábamos muchas veces en el recinto. Por aquel entonces ya estaba en ruinas y nosotros contribuíamos a su destrucción lanzando piedras contra los cristales y destrozando a patadas los pocos muebles que quedaban. Por las noches la prisión bullía de actividad. Grupos organizados que recogían chatarra, mendigos que dormían en las celdas, chavales que hacían pintadas. Las enormes ruinas de la prisión atraían a todos los deshechos de la ciudad, a todos los habitantes de las alcantarillas, a todos los que se arrastran por los callejones. Éramos una especie de ejército surgido de las cloacas, de milicia desorganizada y caótica. 





Los que pasaban por delante del recinto de día no podían adivinar las posibilidades que contenían aquellas ruinas. No sabían que Hakim, que dormía allí cada noche, había matado a varios soldados franceses en la guerra de Argelia. Que mi amigo Javi estrenó allí sus DocMartens de punta de acero intentando romper una puerta metálica que nunca cedió. Que una vez estuve a punto de caer desde una altura de tres pisos porque cedió una barandilla oxidada en la que me apoyé. Que las pintadas que los presos habían dejado en las celdas te partían el corazón. Los que veían aquellas ruinas por el día no eran capaces de percibir que aquellos escombros eran mucho más que unos simples escombros. Por el día dormían, pero cuando oscurecía  aquellas ruinas desprendían una energía vibrante y atrayente que nos hacía volver allí cada noche. Era un vórtice, una brecha en la geografía psíquica de la ciudad.

Durante años, aquellos edificios habían funcionado como el Gran Panóptico, como el modelo absoluto de arquitectura del control, como el plano que permitía entender el funcionamiento de La Máquina en su conjunto. Aquella cárcel era el corazón del sistema, el engranaje clave, el mapa que contenía todos los mapas. El resto de La Máquina estaba hecha a imagen y semejanza de aquel edificio. Por aquel entonces, la cárcel también desprendía energía, pero de un tipo muy distinto. Era una energía siniestra, llena de sufrimiento y de dolor, que te obligaba a alejarte de ella todo lo posible. Bastaba pasar junto a su puerta para percibir la oscuridad que desprendía. Pero cuando dejó se usarse como prisión, la energía cambió. La rueda comenzó a moverse en la dirección contraria. El vórtice dejó de expulsar energía y empezó a atraerla. De ser el lugar donde la ley se imponía con toda su crueldad, pasó a ser el lugar donde no había ninguna ley. De ser el lugar de la regulación extrema, pasó a ser el lugar donde no había ninguna regla. De ser el lugar del control absoluto, pasó a ser el lugar de la libertad absoluta. El edificio había sido tomado por ejércitos de deliencuentas, vándalos y mendigos. Todo estaba permitido.

El edificio era una anomalía, una ruptura de la normalidad. La Máquina acabó detectándola y eliminándola. El día 23 de octubre de 2008 decenas de excavadoras iniciaron los trabajos de demolición. Hoy los solares siguen vacíos. Mientras, a escasos metros de allí, se construía un nuevo vórtice destinado a contaminar la ciudad con su energía repleta de dolor y sufrimiento, el CIE de Aluche. También pasé por delante en mi paseo de ayer. Y no pude evitar un escalofrío cuando vi su pirámide de colores que parecía girar.


1 comentario:

  1. Yo también jugaba por las ruinas del orfanato de mi pueblo, las sensaciones que describes me han traído muchos recuerdos.
    También lo derruyeron.

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